domingo, 30 de marzo de 2025

Rincones sin esquinas (El Pórtico de la Gloria)


Fotografía: Programa Catedral Fundación Barrié/Fundación Catedral


Como sucede en la mayoría de las películas ambientadas en el París contemporáneo, la Torre Eiffel asoma en la pantalla, aunque sea en el reflejo de una cristalera, en Playtime (Jacques Tati, 1967), o en su reproducción comercial, en plan “llévame de recuerdo o souvenir”, en el policíaco Ley 627 (Bertrand Tavernier, 1992); en un libro con Santiago de Compostela como protagonista, que es el caso de Rincones sin esquinas, sería extraño no encontrar en sus páginas alguna referencia al Pórtico de la Gloria, sobre todo si quien lo escribe es natural de Santiago (o guarda una relación íntima con la ciudad), por ejemplo, asoma en la obra de López Ferreiro, autor del primer estudio sobre el Pórtico, y de Rosalía, de quien reproduzco en mi libro versos que lo describen de modo inigualable. Esculpido en granito de las canteras gallegas, el Pórtico es la joya arquitectónica que esconde su esplendor detrás la actual fachada barroca, la cual luce su propia belleza en la plaza del Obradoiro. Aunque, más que ocultarla, ha protegido la genialidad del Mestre Mateo (y su obradorio) de las inclemencias externas, climáticas y humanas, y temporales que habrían precipitado su deterioro.

<<No ano 1168 Fernando II fai dúas concesión a de renda ós dous mestres constructores, Mateo e Benito  Sanches, para traballaren nas obras das catedrais de Santiago e Ciudad Rodrigo, respectivamente. O documento de renda de Mateo concédese en Compostela o 23 de febreiro dese ano, nas seguintes condicións: faráselle entrega ó mestre Mateo de por vida, de dous marcos de prata semanais, de xeito que sumen 100 maravedís ó ano, devengados da parte que lle tocaba ó rei na producción da moeda acuñada en Santiago, para que se esforzase nas obras que se están a realizar na igrexa do Apóstolo Santiago.

Ata o 1 de abril de 1188, é dicir, vinte anos despois non temos outra noticia documentada da biografía do mestre. Trátase do epígrafe gravado sobre os dinteis do pórtico, no que se pode le-lo seguinte letreiro: No ano da Encarnación do Señor, 1188, era ICCXXVI, a 1 de abril, foron colocados os dinteis do pórtico principal da igrexa do Benaventurado Santiago, polo mestre Mateo, quen dirixiu a obra desde os seus alicerces. Desa inscripción podemos deducir que, desde o ano en que Mateo foi contratado por Fernando II, o artista seguía a traballar na catedral.>> (1)

Llevada a acabo entre 1168 y 1188, la piedra cobra cuerpo y sonido silencioso. En ella lucen apóstoles, profetas, ancianos, músicos, Santiago el Mayor y un Cristo humano que se erige en la figura central del conjunto en cuya parte posterior se descubre la pieza que la tradición supone del propio arquitecto. También lo asume Álvaro Cunqueiro, quien invita a quedarnos a escuchar la sinfonía cincelada en piedra por el Maestro y su orquesta de talladores. <<Podéis quedaros, en el Pórtico de la Gloria, a oír el concierto. El Giorgione lo hubiera oído. Blake también, y también Rosalía. La música es una música primaveral, mucho más de la primavera que todos los violines italianos de Vivaldi: una florida e irresistible Primavera, y toda la flora del Pórtico —ya lo he dicho, y ahora como entonces gusto de citar cuatro adjetivos que ordenó, en definición genial, don Ángel del Castillo—, “rica, exuberante, fresca y carnosa”, acababa de inventar allí mismo, está húmeda de rocío, y la brisa se posa en ella como el vuelo de la paloma en sus alas. Algo que es profundamente libre, conforme a Naturaleza: libre como lo es hoy el Nordeste sobre el pecho soleado de la mañana, surge, “allegro”, como licor caliente y vivificador… Mestre Mateo se arrodilla en la penumbra y asiste, en silencio, al celestial concierto.>> (2) Acepto la invitación del escritor mindoniense a sentir la entrada como el concierto que Mateo escucha petrificado, en actitud suplicante, más que penitente, como si aguardase un poquito de inmortalidad para sí. Aparte, esa presencia cincelada de espaldas a la entrada, como si quisiera no molestar a las figuras centrales del lado que da al Obradoiro, corrobora la firma artística que ya aparece en el epígrafe en los dinteles. También apunta la idea de que Mateo no era “humilde”,  sino artista; ¿y qué artista aspira a la humildad? ¿Cuál no pretende reconocimiento y un pedacito de eternidad en el firmamento del arte? Mateo lo logró para su magisterio: pasó de ser un perfecto desconocido —el Mateo hombre todavía continúa siendo un misterio—, a ser leyenda. ¿Quién era en realidad? Nadie lo sabe. No existen datos suficientes para hacernos más idea de él que el contrato firmado para la construcción del Pórtico y lo que quiera la tradición y los numerosos estudiosos y admiradores de su obra. Supongo que a él le llega con estar en esa gloria compostelana que, como evoca Cunqueiro, parece sonar primaveral en esa piedra granítica que, más que formas, depara armonía subjetiva y disparidad de emociones, sensaciones e impresiones.

Como maestro constructor, <<edificó la cripta, levantó un coro y un claustro, que se han perdido, y en el Pórtico de la Gloria, cima de su genialidad, hizo una de las obras más grandes del espíritu humano.>> (3) Cabe suponer que, como artistas, Mateo y equipo aspiraban a crear la belleza “eterna” y que esta no se encuentra en las figuras, sino en lo que transmite el conjunto y cada una de sus partes a quien sube las escaleras, que salvan el desnivel entre el templo y el firme del Obradoiro, y se encuentra en un espacio que escapa a la idea del espacio-tiempo, uno que se instala en el ideal más que en el físico. Para algunos, religioso, para otros, glorioso, para todos, quiero creer que artístico; y para quien abra su imaginación a la música, la más inasible de las artes, el Pórtico parece cobrar sonido. Entonces, en la mente de quien lo contempla y lo escucha, semeja que el tiempo ya carece de importancia, pues ya no se antoja terrenal, ni siquiera celestial, sino musical, como apunta el autor de Merlín e familia. Cierto que el tiempo no se detiene, pero queda la (sensación de) quietud de la que habla el inimitable Valle-Inclán en La lámpara maravillosa (4) —cuando Compostela <<inmovilizada en el éxtasis de los peregrinos, junta todas sus piedras en una sola evocación, y la cadena de siglos tuvo siempre en sus ecos la misma resonancia. Allí las horas son una misma hora, eternamente repetida bajo el cielo lluvioso.>>—, al menos así, plena de quietud y de eternidad repetida, recuerdo la última vez que visité la entrada occidental de la catedral, ya con la obra restaurada y en grupo silencioso y reducido. El silencio reinaba sobre las voces de la plaza, donde minutos antes habíamos aguardado nuestro turno de entrada; y esas notas inaudibles, que solo pueden sonorizarse en la mente, sonaron hermosas. Sin embargo, mis recuerdos más queridos de esa entrada gloriosa, llena de formas y de sensaciones, me llevan a la infancia, cuando vivo una libertad indescriptible —pues no logro describir ningún abstracto en su plenitud existencial— y recorro aquel impresionante auditorio sin restricciones, como si formase parte de mi cotidianidad y de mi caminar, de saber que está ahí, que puedo verlo, escucharlo, detenerme y pasearlo, incluso ignorarlo, cuando se me antoje. ¿Quién sabe? Quizá sea mejor así, retener las imágenes y sentirlas cuando vuelvan a mí y me trasladen allí. En todo caso, solo me cabe aplaudir a Mateo, a quien de niño contacté mi cabeza con la suya granítica para adquirir una sabiduría que nunca he logrado, pues esta piedra milenaria siempre será más sabia que cualquier humano, ya solo sea por su melodioso silencio.

Aunque se mantenga en segundo plano, dejando que sea su obra gloriosa la que luzca su esplendoroso románico, el maestro se ganó su entrada en el paraíso de los artistas, ubicado en el imaginario histórico-artístico-cultural. Sin duda, olvidada ya mi palabrería, me queda la realidad de saber que el Pórtico es uno de los mayores reclamos de la catedral de Santiago de Compostela; además, comprendo lo afortunado que fui al poder descubrirlo y recorrerlo sin limitaciones, cuando aún era posible un contacto en el que el espacio y el tiempo parecían otros a los que acababas de dejar atrás, en la Plaza en la que lucía el sol o la lluvia, fenómenos que no tienen cabida en la ensoñación del concierto románico, artísticamente terrenal y celestial, que suena en la piedra. Hoy, aquella sensación es fantasía… fantasía que no descubro en la película de Rafael J. Salvia que lleva por título El Pórtico de la Gloria (1953), que también asoma por Rincones sin esquinas, y que no habla de nada de lo aquí dicho; lógico. Tampoco trata sobre la construcción del monumento ni sobre su autor principal, pues no cabe duda de que el maestro constructor tuvo un gran equipo, ni sobre el periodo de esplendor vivido por Santiago de Compostela en aquella ya lejana época en la que sobresalió Diego Gelmírez, primero obispo (1100-1120) y luego arzobispo (1120-1140) de Santiago, siempre político y quien mejor supo promocionar la ciudad compostelana, logrando para ella la sede metropolitana, la proyección urbana —la creación del Pórtico es posterior a Gelmírez, aunque ya en su época se trabaja en el proyecto—, y el auge en el peregrinaje medieval, meta del Camino que unió Europa durante la Baja Edad Media…

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(1) Isidro G. Bango Torviso: A Galicia románica (traducción de Pepe Carballude). Editorial Galaxia, Vigo, 1995.

(2) Álvaro Cunqueiro: 100 artigos. Editorial La Voz de Galicia, A Coruña, 2001.

(3) Gonzalo Torrente Ballester: Compostela y su ángel. Alianza Editorial, Madrid, 1998.

(4) Ramón del Valle-Inclán: La lámpara maravillosa. Austral, Barcelona, 2011.

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