La gracia de Juan y Junior en un mundo diferente (1968) no reside en si entretiene o deja de hacerlo, ni en las estrellas musicales que lo protagonizan, sino en el descaro con el que Pedro Olea arrebata a los industriales de Hollywood y a la serie B estadounidense la casi exclusividad de producir invasiones extraterrestres y llevarla a suelo gallego. Era su segundo largometraje, un encargo que inicialmente Olea iba a rodar para lucimiento de Los Brincos, uno de los grupos españoles más exitosos de su época. Hoy, suena a chiste que cualquier banda que no fuese The Beatles quisiera imitar a The Beatles, pero en aquel momento era bastante lógico seguir la estela marcada por el mundialmente famoso cuarteto de Liverpool. La cosa funcionó y Los Brincos se ganaron a la juventud española de entonces, de ahí que realizar una película musical, como ya habían hecho George Harrison, John Lennon, Paul McCartney y Ringo Starr, no fuese una apuesta descabellada desde su perspectiva comercial, profesional y promocional, más bien lo contrario. Lo gracioso del asunto no es el musical en sí, ni que el grupo se separase antes de empezar el rodaje, sino la ciencia-ficción a la que se adscribe y situarla en una ciudad cuyo origen apunta a fantástico. El cineasta bilbaíno recordaba que <<había que hacer una película con “Los Brincos” y la historia era de Juan García Atienza. En plena preparación “Los Brincos” se separaron y quedaron dos. Como siempre, el ambiente de rodaje fue magnífico, pero el final fue un verdadero desastre plagado de juicios y de embargos de copias>>.1 Antonio Morales, conocido artísticamente como “Junior”, y Juan Pardo abandonaron la formación en 1966 y crearon su dúo, que se separó en 1969. Probablemente, esta separación contribuyó al fracaso comercial del film. Olea apuntaba que <<junto a todos los fallos artísticos se dieron también los problemas entre los productores y la distribución. Además, en el momento en que la película estaba lista para el estreno, ya no interesaba, Juan y Junior se habían separado>>.2 Pero el realizador vasco había cumplido el encargo y, hoy, Juan y Junior en un mundo diferente asoma en su filmografía como una curiosidad a años luz de su siguiente película: El bosque del lobo (1970). No obstante, la historia ideada por Juan García Atienza, responsable de la explosiva Los dinamiteros (1963) y escritor familiarizado con la ciencia-ficción, se convirtió en la base del guion de un film que tiene un punto entre “andar por casa”, infantil y desvergonzado que le confiere gracia, sobre todo si se prescinde de la sobredosis de "ñoñería" —en el romance de Juan y Alicia (Maribel Martín)— y se cuenta con la anomalía de que los alienígenas no pagan por sus crímenes, pues los dos asesinatos por desintegración molecular quedan sin castigo —el primero en la bañera de la habitación que ocupa Junior en el Hostal de los Reyes Católicos, y el segundo en la fuente de los caballos, en la compostelana plaza de Praterías—, o que su humanización vaya a cambiar el devenir del plan extraterrestre.
Alguien podría preguntarse ¿qué se les habrá perdido a los alienígenas en Galicia? ¿Llegan de peregrinación, debido al auge internacional del Camino, nunca concluido por los dos peregrinos que transitan por La Vía Láctea (La Voie Lactee, 1968) de Luis Buñuel? ¿Se trata de un viaje gastronómico? ¿El vino, el pulpo y la empanada, en la escena de la romería, y la queimada preparada por los estudiantes de filosofía contribuyen en el proceso de humanización extraterrestre? La respuesta a la primera pregunta llega con las primeras imágenes de Juan y Junior en un mundo diferente, que sitúan la acción en la sala del Gran Consejo de un planeta a doce años luz de La Tierra, y cuyo exceso de población obliga a buscar fuera de su sistema solar el <<espacio vital>> a colonizar. El planeta bien podría ser una especie de Kripton o quizá similar al criadero de las vainas de La invasión de los ladrones de cuerpos (Invasion of the Body Snatchers, Don Siegel, 1956), por aquello de que los visitantes llegarán con la misión de suplantar a humanos, pero, por lo que se entiende, es la viva imagen de la Tierra. En ese instante, el especialista expone la situación que les preocupa y el plan a seguir para reconducir la situación. Habla del problema, la superpoblación, y de la solución: enviar su excedente planetario a la Tierra. Señala que la invasión total será factible dentro de veinticinco años, pero, desde ya, enviarán unidades o parejas como los dos jóvenes que suplantarán a los terrícolas Juan y Junior, cuya juventud, popularidad y relación con las gentes terrestres les permitiría influir en quienes serán los dirigentes del futuro. Tras los títulos de crédito, que asoman cual viñetas de ciencia-ficción y musicalizados por un canción cantada en inglés por el dúo protagonista, la película de Olea se abre en la plaza del Obradoiro, con un travelling que muestra la fachada de la catedral de Santiago de Compostela y desciende hasta el empedrado por donde Ulises (Francisco Merino), el manager, camina hacia el palacio de Gelmírez. En el interior del edificio, se reúne con la pareja, que ensaya con su grupo. La siguiente escena tiene su punto simpático y apunta la fama del dúo. Juan, Ulises y Junior pasean por la plaza y un grupo de niñas uniformadas desatiende la explicación de la monja que les habla de historia y mitos relacionados con el monumento, sin ser consciente de que sus palabras no pueden competir con los ídolos musicales que las alumnas admiran sin romper la formación. Los tres continúan su transitar hasta que Ulises se encuentra con un conocido del seminario y Junior decide acompañar a una chica que llama su atención. Así, Juan se queda solo y decide regresar al Hostal, en cuya puerta aguardan admiradoras, entre las que se encuentra Alicia. Es un reencuentro que anuncia el romance y, sobre todo, presenta a la protagonista femenina, que será el elemento humano determinante para humanizar al doble extraterrestre de Juan. Pero, salvo puntualidades, la gracia que tienen los instantes iniciales de Juan y Junior en un mundo diferente se diluye a medida que avanza el metraje…
1,2.Pedro Olea en Antonio Castro: El cine español en el banquillo. Fernando Torres, Editor, Valencia, 1974
Pues fíjate que a mí es una película que me gustó bastante. No por su trama, por supuesto, sino por lo bien rodada que está y la frescura que transmite. No en vano, Pedro Olea es uno de los grandes directores del cine español y ello se nota hasta en una producción de encargo al servicio de un grupo musical.
ResponderEliminarSaludos.
Comparto tu opinión acerca de Olea. Y no niego que la película tenga su gracia, ni niego sus momentos, pero creo que le resta el exceso de canciones, justificadas en la presencia del dúo protagonista, y la sensiblería con la que se aborda el romance. De cualquier forma, me alegro de haberla visto y considero que hasta la suplantación mantiene el tipo.
EliminarSaludos.