sábado, 14 de mayo de 2022

Belle Époque (1992)


<<A continuación de El viaje a ninguna parte, de tan sorprendente resultado, durante los cinco años siguientes, del 87 al 92, no tuve ninguna oferta para dirigir películas, pero como actor intervine en muchas, entre ellas Cara de acelga, dirigida por José Sacristán. Mi general, de Jaime de Armiñán; Moros y cristianos, de Luis García Berlanga; Mnemos (episodio para TV), de José Luis Garci; Esquilache, de Josefina Molina; Marcelino, pan y vino, de a Luigi Comencini, rodada en Italia; Las mujeres de mi vida (episodio para TV), dirigido por mí, hasta llegar a la más significativa, Belle Époque, de Fernando Trueba, rodada en Portugal>>

Fernando Fernán Gómez: El tiempo amarillo.


Cuando
Fernán Gómez formaba parte de un reparto en estado de gracia, al que aportó un plus de simpatía y humanidad, su labor actoral abarcaba medio siglo de cine español. Pero es que Belle Époque (1992) reúne más historia del cine en la presencia de Agustín González, Penélope Cruz, Chus Lampreave, Gabino Diego o Maribel Verdú, de José Luis Alcaine, su director de fotografía, o Rafael Azcona, su guionista. La combinación de todos ellos, bajo la dirección de Trueba, dio un resultado festivo. Cuando el cine se evade de la realidad y, a su vez, provoca la evasión del público, para este resulta una fiesta. En ese instante fluye lo que se da en llamar magia y eso es lo que se logra en varios momentos de Belle Époque, una comedia que destaca en el buen hacer del reparto y en diálogos que, en ocasiones, apuntan hacia la autoría de Rafael Azcona, igual que lo apunta el personaje del cura republicano interpretado por Agustín González, un personaje atrapado en la vida que decide poner punto y final a sus miedos y a la imposibilidad de libertad, imposible que también parece el sino de otros protagonistas que asoman por esta película coral y desenfadada, de tonos alegres y cielo azul, salvo hacia el final del film. El guionista riojano asumió el encargo de Fernando Trueba y dio forma al guion que el cineasta madrileño llevó a la pantalla creando un espacio de ensoñación cinematográfica que se ubica en un momento que apura a soñar a los republicanos como Manolo (Fernando Fernán Gómez) y como Fernando (Jorge Sanz), quienes en ese paraje apartado, en algún lugar de un país a las puertas del cambio, pueden soñar con la libertad que se respira en el hogar del primero, donde el segundo, que escapa del virginal sacerdocio y de la marcialidad militar, se prenda de las cuatro hijas de su amigo, jóvenes vitales que le harán vivir y gozar una fantasía liberadora y placentera, pero, como en todo sueño, resulta inevitable despertar a una realidad a la que resignarse.



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