domingo, 29 de mayo de 2022

Culpables (1958)


Los primeros minutos de Culpables (Arturo Ruiz-Castillo, 1960) tienen la intención de generar la atmósfera y el suspense que despierten la curiosidad del público. Lo consiguen con recursos ya vistos en el género: la noche y las sombras, una calle vacía, salvo por la sospechosa presencia de un invidente que toca el violín y de su perro, que sujeta un platillo en su boca. Un paseante posa en él un billete y continúa caminando indiferente. O eso parece, pues, cuando cree que nadie le observa, se detiene y enciende un cigarrillo. La llama del mechero ilumina la oscuridad, aunque solo lo suficiente para dejar ver sus ojos. El humo oculta el resto del rostro. Retrocede un tramo caminado y se detiene delante de la fachada de un teatro donde el cartel de la última representación todavía luce en el exterior. Un cartel envejecido y roto de la obra Culpables. El caminante se introduce en el inmueble. Deambula por la oscuridad y el silencio hasta llegar a una sala que posiblemente conozca de antes. E igual de posible resulte que también conozca a la sombra que aguarda y le dispara repetidas veces. El prólogo consigue su objetivo y genera la atmósfera de encierro y de misterio. La intriga está servida, pero antes de desarrollar la trama y de jugar con sus personajes, Arturo Ruiz-Castillo inserta los títulos de crédito en ese viejo cartel, pero ahora está completo, parece nuevo, y en él pueden leerse los nombres del equipo artístico y técnico, así como la temporada de representación, 1958-1959. Empleando este recurso, el cineasta presenta a sus colaboradores sin romper la atmósfera que también envuelve a Margarita (Anna Maria Ferrero), quien aparece en la pantalla y habla de esa noche en la que se reúne con sus compañeros de reparto: Mario (Fernando Rey), Mercedes (Lina Rosales) y Emilio (Jacques Sernas).



Otro recurso, esta vez del cine negro, sirve para mostrar el pasado anterior a la acción principal que se desarrolla durante esas horas nocturnas y en ese teatro cerrado del que no pueden salir. Culpables retrocede varias veces en el tiempo para explicar algunos de los interrogantes que plantea la reunión de los cuatro en ese escenario fantasmal donde alguien llamado Ignacio (Pastor Serrano) les ha citado. ¿Quién es Ignacio y por qué hablan de él? Para resolver las preguntas respecto al quinto personaje, Ruiz-Castillo toma su referencia de Cautivos del mal (The Bad and the BeautyVincente Minnelli, 1952) y recompone parte de la manipuladora personalidad del director teatral y de las relaciones que establece con los personajes que ha reunido supuestamente para saldar deudas. La opinión subjetiva de los cuatro protagonistas nos permiten conocer un esbozo del escenógrafo, a quien Emilio descubre asesinado en su antiguo despacho. Los interrogantes que se resuelven, ahora sabemos o creemos saber quien es el muerto del inicio, llevan a otros que generan las sospechas entre los dos actores y las dos actrices. ¿Quiénes actúan y quienes dicen verdad? ¿Como distinguirlo, si su oficio vive de la mentira y todos ellos tendrían motivos para matar a quien les debía dinero y les había tratado como posesiones suyas? Tampoco importa. El film vive de la mentira, de la tensión y de la sospecha que unen y distancian a los protagonistas, de los golpes de efecto y de las sorpresas que guían al público hacia la resolución del misterio que el realizador de Las inquietudes de Shanti Andía (1947) propone en ese edificio donde hacia el final del metraje la trama se resiente; no obstante, Culpables se disfruta y se enorgullece de ser lo que es: un film de género cuyas mejores bazas son la ambigüedad de sus protagonistas, el uso que el cineasta hace de los espacios cerrados y de las analepsis que podrían ser engaños en un film expuesto de tal modo que cada giro pretende avivar las sospechas y el suspense, en busca del efecto y de la sorpresa final.




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