domingo, 1 de mayo de 2022

En cualquier lugar de Europa (1947)


Cine, guerra, posguerra e infancia encuentran referentes claves en Alemania año cero (Germania Anno Zero, Roberto Rossellini, 1947), Juegos prohibidos (Jeux interdits, René Clément, 1951), La infancia de Iván (Ivannovo DestnoAndrei Tarkovski, 1962), El viejo y el niño (Le vieil homme et l'enfant, Claude Berri, 1967), Adiós, muchachos (Au revoir les enfantsLouis Malle, 1987), Esperanza y gloria (Hope and Glory, John Boorman, 1987), El Imperio del sol (Empire of the Sun, Steven Spielberg, 1987) o La vida es bella (La vita è bella, Roberto Begnini, 1997), pero hay otras muchas películas con niños protagonistas ambientadas durante la II Guerra Mundial que no suele aparecer en las conversaciones, tampoco en las antologías que cada cierto tiempo puedan aparecer en los medios más populares, que, de conocerse más, podrían colarse entre los referentes del cine con niños. Uno de esos títulos que resulta una sorpresa descubrir o recuperar es En cualquier lugar de Europa (Valahol Európában, 1947), si descubrir y recuperar son dos verbos que se ajusten al caso. La mayoría de charlas la pasan por alto y libros sobre cine apenas la nombran, pero esto se debe a la dificultad de que llegue hasta nosotros y de que solemos reducir nuestro radio de elección al cine producido en Hollywood; y con algo de suerte y ganas, lo ampliamos a países como Francia, Reino Unido o Italia, cuyas cinematografías son más conocidas y cercanas que la húngara. Partiendo de un guion del prestigioso Béla Balázs, y bajo supervisión del Partido Comunista, que un año después, ya controlaba el cine húngaro —y gobernaba Hungría con mano de hierro, que se mancharía de sangre estudiantil y revolucionaria en 1956—,  el cineasta Géza Radványi dedicó En cualquier lugar de Europa a los niños, víctimas inocentes de la guerra adulta, en un recorrido cinematográfico por la destrucción y el caos bélico en el que el tono escogido bascula entre el terror expresionista, la pedagogía de Antón Makárenko y el realismo, aunque lejano del neorrealismo italiano que por aquel mismo momento estaría realizando Rossellini en Alemania, año cero, película más pesimista, intimista y psicológica.



Durante el transitar por la marginalidad, la desesperación y la supervivencia de sus jóvenes protagonistas, Radványi toma del expresionismo alemán las sombras y del realismo socialista el reflejo de la realidad vivida por los niños para que la película transite entre la tensión, cercana al terror, en los espacios cerrados y a la marginalidad y supervivencia en los exteriores. Inicialmente, para potenciar el caos y presentar la crudeza de la que son testigos varios personajes, se apuesta por un montaje trepidante de planos inclinados y sombríos que delatan el histerismo y el horror. Botas de soldados desfilando y entrando en poblaciones, rieles y trenes de deportación, pueblos, ejecuciones, testigos y víctimas infantiles que logran escapar, como el niño a quien sus mayores consiguen arrojar del tren en marcha, a través de un pequeño ventanuco, o la niña que ve como fusilan a varios hombres, posiblemente familiares suyos. Los pequeños que han ido apareciendo en la pantalla se juntan en un grupo liderado por Hosszú (Miklós Gárbor) y transitan un país que el film no especifica, salvo ubicándolo en algún lugar a orillas del Danubio, en busca de alimento y refugio. Los niños avanzan por tierras de muerte y hambre donde solo el pillaje les permite sobrevivir, al precio de dejar de ser niños. La guerra adulta les ha robado la infancia y transformado a muchos de ellos en potenciales victimarios y asesinos, como se expone en la escena en la que, tras emborracharse, deciden ahorcar a Piotr Simón (Artúr Somlay), el solitario morador del viejo castillo donde la intervención de Hosszú evita el linchamiento en el último instante —cuando baja del piso superior donde había estado escuchando la historia de Éva (Zsuzsa Bánki), que Radványi introduce en la única analepsis del film. El encuentro entre los muchachos y el adulto implica un cambio en el ritmo del film, pero sobre todo en su contendido, pues deja de ser expositivo y asume un tono entre moralizante y pedagógico, al introducir la pedagogía que hará del grupo una comunidad de trabajadores que, unida, construye su hogar y defiende su libertad, la cual representan en la música de la Marsellesa que Piotr Simon les enseña y que el pequeño Kuksi (Lászlo Horváth), el rostro de la inocencia, toca con su armónica. De tal manera, al tiempo que Radványi denuncia a los adultos como culpables de la situación infantil y anuncia el nacimiento de una sociedad justa, esta segunda parte de En cualquier lugar de Europa aboga por la pedagogía expuesta por Makárenko en su Poema pedagógico (1925), cuya propuesta educativa ya había dado pie al film soviético El camino de la vida (Putyovka v zhiznNicolai Ekk, 1931) e incluso pueden descubrirse evidencias de la misma en la hollywoodiense Forja de hombres (Boys TownNorman Taurog, 1938).




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