jueves, 26 de mayo de 2022

El baile (1959)


Incapaces de frenar la erosión del tiempo, la mente humana se las apaña para soportarla y minimiza sus estragos de manera inconsciente, empleando engaños de memoria y escudándose en la cotidianidad en la que uno se mira y su reflejo parece ser el de siempre, aferrándose al amor y a la amistad, y aceptando/resignándose a perder los sueños, la juventud y los seres queridos, quienes, aunque desaparecidos, nunca llegan a irse del todo mientras existan en el recuerdo de quienes los piensan y evocan; tal como sucede en el tercer acto de El baile (1959) con Julián (Rafael Alonso) y Pedro (Alberto Closas), respecto a la ausencia de Adela (Conchita Montes). Vista desde su perspectiva temporal, la vida promete, pero incumple, ofrece, pero quita; sin embargo nuestra condición humana se resiste a la derrota y sigue bailando.



Tres bailes aludidos; tres personajes en escena, aunque son cuatro protagonistas; tres edades: juventud, madurez, ancianidad; tres unidades clásicas: acción, espacio, tiempo; tres actos separados entre sí por veinticinco años que suman el medio siglo que separa el primer instante del tercero, el más nostálgico de los tres, sirven para que Neville realice una comedia elegante, tierna, por momentos irónica, con ciertas dosis de amargura que no restan al humor y las emociones que prevalecen. Aunque en un primer momento no lo parezca, debido a la juventud del trío en escena y en pantalla, el tiempo les envuelve y les afecta tanto física como psíquicamente, como se encargarán de demostrar el segundo y tercer acto: el de la desilusión, la de Adela ante la pérdida de la belleza y la sensación de no haber tenido vida propia, y el de la nostalgia que sienten los dos amigos en su ancianidad compartida. Aparte de ser el mayor éxito teatral de Edgar Neville, El baile también fue el título de la adaptación cinematográfica que el propio autor llevaría a la gran pantalla siete años después del estreno, en junio de 1952. Por su único decorado, un salón que varía su decoración debido a los tres periodos en los que se ubica, la obra presenta la relación de Adela, Pedro y Julián, que forman un entrañable matrimonio de tres, aunque solo los dos primeros estén casados.



Consciente de que cine y teatro difieren en la distancia que establecen sus respectivos medios de representación con el público, Neville logra que El baile no se resiente de su origen teatral y de sus escaso número de personajes ni de su desarrollo en un espacio acotado por cuatro paredes, que contienen juventud, vejez, amor, alegría, temor, tristeza y nostalgia, puesto que, como la vida que representa, ese escenario contiene comedia y drama. El paso del tiempo y la exposición de sentimientos desvelan a un Neville elegante, delicado, emotivo, humorístico, simpático y nostálgico: Su puesta en escena cinematográfica reúne todo eso en la relación que se establece entre tres personajes (y un cuarto) cuyos lazos se perpetúan en ese tiempo que transcurre sin aviso, deparando el paso de la juventud a la madurez y a la vejez. Las tres etapas se resumen en los tres días en los que se desarrolla el film, que asoman en la pantalla separados por las imágenes que el realizador inserta del Retiro madrileño, donde las modas pasan, pero, aunque sean otras, las personas permanecen. De ese modo, Neville se apiada de sus personajes y les permite disfrutar de una victoria pírrica, pero quizá la única posible para esa entrañable pareja de buenos cascarrabias que se niegan a perder el recuerdo de la mujer que ambos amaron.



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