viernes, 20 de mayo de 2022

Una extraña aventura de Luis Candelas (1926)


Puede que hoy el nombre de José Buchs resulte desconocido, pero, en su día, fue uno de los directores más famosos del cine español. Lo fue durante el periodo silente, gracias éxitos como La verbena de la paloma (1921), que puso de moda el “cine zarzuela”, y El abuelo (1925), en la que adaptaba a Pérez Galdós. Más adelante, se decantaría por el cine de mayor poso y peso histórico, como la épica El 2 de mayo (1927). Entremedias, Una extraña aventura de Luis Candelas (1926), en la que nada hay de extraño y poco de aventura. Lo que hay es una película folletinesca de manual, acomodada en las pautas de la aventura más ingenua y del romance sin emoción. Buchs no se sale del guion y expone una trama tan simple como repetida, una que vista hoy provoca que su película pierda interés tras sus minutos iniciales y su visionado queda como un ejercicio de curiosidad histórico-cinematográfica. Pero, en su momento, seguro que fue un entretenimiento que ofrecía evasión y comodidad al público, puesto que disfrutaría de un film que solo le exigía aceptar la situación propuesta y que, sin entrar en detalles, disfrutase los pasos dados por los héroes desde su encuentro hasta que triunfan sobre el villano que intriga en las sombras, para hacerse con la fortuna de su sobrino Fernando (José Baviera) y de su pupila Margarita (Amelia Nuñoz), los dos jóvenes enamorados y víctimas de las maquinaciones del ambicioso. Los estereotipos que campan por La extraña aventura de Luis Candelas son el joven heredero que debe recuperar los papeles que demuestren su legitimidad, Luis Candelas (Manuel Soriano), el ladrón de guante blanco aludido en el título al film —y en el folclore popular, que cantó algunas de las andanzas del bandolero madrileño de mismo nombre—, Margarita, retenida contra su voluntad por don Bernardo (Fernando Díaz de Mendoza), quien oficia de malvado de la función, y Braulio Quintanilla (José Montenegro), el personaje cómico y el policía que, sin éxito, persigue a Candelas. Como apunto arriba, Busch no arriesga y juega sobre seguro, algo habitual en el cine desde sus orígenes comerciales y populares hasta la fecha, pero esta justificación no evita el aburrimiento que produce su visionado, al menos para quien no acepte el folletín propuesto.




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