domingo, 22 de mayo de 2022

Grey Gardens (1975)


Si pudiésemos observarnos fuera de nosotros, el visionado podría deparar un análisis enriquecedor y quizá bochornoso que nos descubriría entre invenciones y verdades que se confunden y mezclan para dar forma a existencias donde, de algún modo, fantasía y realidad pasan a ser la unidad que depara la identidad del individuo; la que diferencia a uno del resto y provoca que el resto vea al uno normal o extraño (y a la inversa). Cuando los hermanos Maysles conocieron a Edith y Edie Bouvier Beale sintieron curiosidad, quizá fascinación, por las dos mujeres a quienes decidieron proponerles rodar un film documental con ellas de protagonistas. El resultado fue Grey Gardens (1975), cuya veracidad reside en su fuga de la realidad de las dos mujeres, una fuga que crea otra realidad: la que se observa en la deteriorada mansión donde madre e hija viven su presente en compañía de los gatos que campa a sus anchas por un inmueble cuyo deterioro va a la par de la descomposición de los sueños rotos que Edie se niega a dejar de soñar. En su representación, sobre todo la asumida por la hija, no logran ocultar la totalidad de interioridades heridas y quijotescas que luchan contra el paso del tiempo, la pérdida y las frustraciones que se han ido acumulando avanzadas las etapas vitales que recuerdan a lo largo del film. ¿Pero cuántas horas de grabación para obtener los noventa minutos de la película que observamos? ¿Qué queda fuera y que permanece? ¿Dónde empieza y termina la actuación o la actuación ya forma parte natural de madre e hija?



La imagen que se obtiene es y no es la de los personajes, es la construida a lo largo de los años, quizá como vía de escape de la realidad, y también la captada (y pretendida) por los autores, quienes en el montaje se erigen en divinidades que hacen y deshacen vidas para crear algo que transciende la realidad. La madre y la hija que protagonizan Grey Gardens asoman naturales en la pantalla, pero en todo momento conscientes de que están siendo filmadas por David y Albert Maysles (aunque no entren en el encuadre, sabemos que están ahí, sea porque somos conscientes de que alguien filma, por el reflejo en el espejo o porque las mujeres se dirijan a ellos en más de una ocasión), lo que corrobora la universalidad que comparten con el público: la de que al sabernos observados actuamos de un modo distinto al comportamiento que asumimos cuando estamos solos o en compañía cercana. Aunque sean peculiares en su intimidad compartida sin presencia de la cámara, en presencia de los hermanos Maysles, la madre y la hija viven el instante emocional de sus personajes; se viven a sí mismas, aunque por momentos dejan entrever otra realidad, aquella que remite a la sensación de pérdida, entre el pasado floreciente y el presente en descomposición que no solo se refleja en el estado de la mansión donde viven apartadas del mundo exterior. Por momentos, parece que no se soportan, pero ya no pueden estar separadas, se necesitan para continuar viviendo entre el pasado y la evasión de la realidad. Edie culpa a su madre de su sensación de fracaso, de estar atrapada ahí junto a ella, recordado el pasado que mitifica porque en aquella etapa existencial era joven y hermosa, llena de vida y de esperanzas, sueños que entonces todavía eran posibilidades naturales que fluían de la propia juventud. Hay un momento en el que habla de irse a Nueva York, donde años atrás dejó su vida para vivir su otra vida (en la que en el ahora del film está atrapada), pero solo son palabras, puesto que Edie es una mujer atrapada en una vida que no cree que sea la suya, al menos no la que le corresponde.



3 comentarios:

  1. Desde luego se trata de una historia impactante. Existe un telefilme, protagonizado por Drew Barrymore en 2009, inspirado en los mismos personajes.

    Saludos.

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    1. Gracias por el apunte del telefilm. Conocía su existencia, pero todavía no la he visto. Creo que también se hizo un musical a partir del documental. En fin, la vida inspira al arte y supongo que este a la vida.

      Saludos.

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  2. Por Drew Barrymore y Jessica Lange, perdón.

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