domingo, 31 de julio de 2011

Cinco tumbas a El Cairo (1943)


 

Al final de Casablanca (Michael Curtiz, 1942), la pareja protagonista y el oficial francés aparcan deseos e intereses personales y abrazan una causa. Dan el paso adelante que les exige el momento y asumen que ha llegado la hora de implicarse en la lucha, cuando, poco antes, se mantenían ajenos a las distintas realidades que confluían en Rick's. Ese paso adelante también aparece en Cinco tumbas a El Cairo (Five Graves to Cairo, 1943), pero lo hace silenciando el tono propagandístico —que cobrará voz hacia el final del film— y priorizando la intriga, el engaño y el encierro de sus personajes en un hotel en medio del desierto egipcio. Pero antes de ubicar la acción dentro del espacio acotado, Billy Wilder presenta otro encierro, en el interior del tanque fantasma que avanza por arenas desérticas. En ese instante, más que amenaza, la muerte es la realidad que aguarda al cabo Bramble (Franchot Tone), que observa los cuerpos de sus compañeros e intenta escapar. A duras penas, lo logra. Camina y avanza bajo el sol que le produce la insolación y sus consecuentes alucinaciones. Se encuentra débil y no puede evitar desmallarse poco después de entrar en el hotel de un pueblo que no tarda en ser ocupado por los alemanes. El acierto de Wilder, uno de tantos, reside precisamente en no intentar copiar el tono propagandístico de la mítica película de Curtiz, por otro lado inimitable. Lo mantiene en un segundo plano y se decanta por el engaño y las mentiras como medios para lograr fines. En el hotel todos mienten o se mienten, empezando por el cabo Bramble —primero lo hace para sobrevivir y más adelante porque así se lo dicta su conciencia— y concluyendo con Mouche (Anne Baxter), que se engaña a sí misma al creer que podrá liberar a su hermano, prisionero en un campo alemán, a cambio de favores sexuales. En ese mismo espacio, reducido, casi espectral, Wilder no deja nada al azar y armoniza diálogos, situaciones, ciertas dosis de comicidad, tensión y sueños. Acaso, Mouche o el mismo Rommel de Erich von Stroheim, ¿no viven por y para hacer reales sus ilusiones? ¿No están dispuestos a todo para lograr sus objetivos? Aunque estos no dejen de ser imposibles, creen en la posibilidad de materializarlos y actúan en consecuencia. La chica asume desapego hacia el conflicto bélico, solo piensa en resolver una situación individual. Por su parte, el mariscal vive en la irrealidad, fruto de su altivez y de la infalibilidad que se atribuye y que atribuye al plan que puso en marcha dos años antes del inicio de la guerra. Si a Rommel pueden atribuirse rasgos de Stroheim, más allá de los físicos, sin duda, la chica es el personaje wilderiano de Cinco tumbas a El Cairo, un Wilder diferente, pero no tanto como pueda aparentar a primera vista.


El film mantiene su interés desde su imagen inicial en el desierto hasta la espléndida secuencia en la que la cámara recorre un cementerio a la altura de las cruces para fijarse en la carretera donde Farid (Akim Tamiroff) ve avanzar a las tropas. Pero esta excelente propuesta bélica de Billy Wilder no fue bien recibida en su momento, sin embargo, solo se precisa un visionado para comprender la brillantez de la intriga y de su humor, que recae en el ninguneado general italiano (Fortunio Bonanova) y en Farid, el dueño del establecimiento donde se desarrolla la trama. Aunque el verdadero acierto reside en encajar dicha comicidad dentro del suspense sin mitigar la sensación de amenaza que se cierne sobre personajes atrapados en sus respectivas intenciones, y en el temor a ser descubiertos por los soldados alemanes. La acción se ubica durante la Segunda Guerra Mundial, en el Norte de África, cuando el ejército británico se bate en retirada y las fuerzas teutonas avanzan victoriosas bajo el mando del mariscal Rommel. Los oficiales germanos han escogido como cuartel general el hotel donde John yace moribundo, circunstancia que obliga al soldado inglés a asumir la identidad de Paul Davos, el camarero muerto durante un bombardeo aliado. Su situación no resulta sencilla, y para poder sobrevivir necesita la colaboración de Mouche, la asistenta del hotel, y de Farid, quienes colaboran con él a pesar de ser conscientes de que si descubren la verdadera identidad del soldado serán ejecutados por colaborar con el enemigo. Tras su recuperación, John se adapta a la perfección a su nuevo papel de empleado, sin embargo, en un primer momento desconoce que suplanta a un camarero que en realidad era un espía y parte importante dentro de los planes de Rommel. A riesgo de las vidas de sus encubridores y de la suya propia se ve en la obligación de continuar una farsa que le permite tener acceso al plan del Mariscal de Campo. Así descubre la existencia de las cinco tumbas excavadas años antes de desatarse la contienda, cuando un grupo de ingenieros alemanes escondieron material bélico y combustible suficiente para conquistar El Cairo en cuanto estallase la guerra.

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