Pasados sus diez primeros minutos, El imperio del terror abandona la supuesta realidad documental y se lanza de lleno a la representación de los hechos que dan forma a uno de los films más impactante de su momento, buen parte del mérito corresponde a la expeditiva dirección de Karlson. Al responsable de El cuarto hombre (Kansas City Confidential, 1952), otra de sus grandes aportaciones al cine negro, no le tiembla el pulso. No duda en mostrar y en señalar sin disimulo, aunque no exponga más que una parte, la realidad política y social del entorno. Muestra con precisión el espacio por donde moverá a los personajes, a los que no concede protagonismo exclusivo, sino que lo reparte entre las distintas partes enfrentadas a lo largo del film, hasta que se decanta por los Patterson. Padre e hijo son dos hombres que han vivido dos guerras diferentes. El mayor, Albert Patterson (John McIntire), es un abogado de renombre en la ciudad y en el Estado, un hombre que tanto los del sindicato como los que están en su contra desean tener a su lado; pero el mayor de los Patterson se mantiene firme en su rechazo, consciente de que nada de lo que haga acabará con el delito y con la corrupción política y policial. Esta postura pasiva choca con la de su hijo (Richard Kiel), que decide actuar, quizá porque la guerra que conoce fue de otro tipo de suciedad. La batalla que se desata en Phenix, Alabama, es entre el crimen organizado y varios miembros de la comunidad blanca, puede que algunos incluso sean descendientes de quienes organizaron el juego décadas atrás, y lo convirtieron en la primera industria del lugar. Lo acertado de la exposición de Phil Karlson es la contundencia con la que muestra la represión, los métodos de control y el miedo a perder el poder, por parte de Tanner (Edward Andrews) y cía, posiblemente en estos tres puntos, el film encuentra su filón y su diferencia respecto a otras películas que abordan temas similares. El imperio del terror muestra a vecinos de la ciudad empleando a otros, que callan porque el negocio les da trabajo, controlando a las autoridades policiales, judiciales y políticas, o resolviendo sus asuntos de manera expeditiva, sin miedo a posibles represalias o actuaciones legales —como confirma el juicio que decide a Patterson padre a dar el paso y presentarse a las elecciones a Fiscal General del Estado. No se detienen y, amenazado su poder por la decisión de los Pettersen, dan rienda suelta a la fuerza bruta: golpean, queman o asesinan sin distinguir entre sexos, clases o edades. En un entorno racista —no es la intención de Karlson profundizar en este aspecto de la realidad social de la ciudad, solo lo apunta— y criminal, para ellos existe una única máxima igualitaria, da igual que sean hombres o mujeres, niños o adultos, blancos o negros, en Phenix City o se hace lo que conviene al sindicato o se muere.
domingo, 20 de diciembre de 2020
El imperio del terror (1955)
Situándonos en su época de estreno, El imperio del terror (The Phenix City Story, 1955) resulta un film impactante en el uso de la violencia como eje narrativo. No la disimula, la convierte en la tónica de una película que asume el realismo e incluso la crónica periodística para desarrollar la historia que Phil Karlson —que cuenta en su filmografía con un puñado de magníficas producciones de serie B— abre con un reportero que se ha trasladado a Phenix, Alabama, para conocer los hechos de primera mano. Por sus palabras y por las entrevistas que realiza antes de que dé comienzo la representación (la otra) de los hechos ya sabemos que la ciudad ha estado controlada por un sindicato u organización criminal dedicada al juego, a la prostitución y al narcotráfico. Según palabras del periodista y de varios testigos, vecinos del lugar, la localidad era el centro de una dictadura criminal cuyo poder empleaba el terror como sostén. Por lo que dicen los paisanos, esto llevaba sucediendo durante décadas y la democracia solo lo era de fachada —como podrá verse avanzado el film, cuando los matones y trabajadoras del sindicato “convencen” a los electores, mediante fuerza bruta y favores sexuales, para que sus votos sean favorables a los intereses de la organización criminal.
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