jueves, 17 de diciembre de 2020

La fuga de Logan (1976)



La ausencia de cualquier rasgo que le confiera personalidad propia provoca que no me tome en serio La fuga de Logan (Logan's Run, 1976), tampoco en broma; en realidad, ni ella misma hace lo uno o lo otro. La tomo como viene y la veo como una caricatura que no pretende serlo, una que asume un buen número de tópicos genéricos y los exagera hasta transformarlos en una parodia o chiste. La película no se propone esto, propone una distopía que bebe de la expuesta por Aldoux Huxley en Un mundo feliz, pero ignora a qué juega: si es la caricatura que acaba siendo o si pretendía una seriedad crítica que no asoma ni en los créditos. En realidad, busca algún tipo de e
spectáculo, pero no encuentra el modo de conseguirlo, salvo por repetición. Por momentos, quiera ser una mezcla de Barbarella (Roger Vadim, 1966), Soylent Green (Richard Fleischer, 1974), El planeta de los simios (The Planet of the ApesFrankllin J. Schaffner, 1968) con su pequeña dosis platónica o quizá simplemente su razón de ser sea exclusivamente comercial, y no le preocupe que de promesa de diversión pase a ser ridícula.


Desconozco la novela en la que se basa el guion del film de Michael Anderson, pero conozco suficiente cine de este realizador para saber que, aunque la fuente fuese excepcional como la “orwelliana” 1984, el resultado sería irregular, cuando no aburrido o de escaso interés. Esto sucede con el futuro de La fuga de Logan, que carece de atractivo, es repetitivo y tampoco parece importar a los responsables hacer algo diferente y entretenido. Es comprensible que Anderson no pretenda un discurso sesudo, ni crítico ni social, y que prime la acción, pero resulta que algo falla y la película se convierte en una anodina sucesión de situaciones ya vistas en la ciencia-ficción cinematográfica. No es que haya un solo algo que no funcione, por funcionar no funciona ni la presencia de Peter Ustinov en un papel de relleno. La única que salva el tipo es Jenny Agutter, que da vida a Jessica 6, la joven que ayuda a Logan (Michael York) sin saber que este la utiliza para llegar al Santuario. Esa es la misión que le han encomendado al vigilante: descubrirlo y destruirlo. El punto de partida de La fuga de Logan no carece de atractivo, ya que trata un tema que empezó preocupar en el siglo XX: la superpoblación mundial. En el siglo XXIII, durante el cual se desarrolla la acción, el exceso poblacional no es problema, ya que la política de la ciudad se encarga de que nadie pase de los treinta años de edad y, a medida que van despareciendo ciudadanos, otros más jóvenes los sustituyan. El orden del futuro controla el número de ciudadanos, del mismo modo que les ofrece el placer como droga que les mantiene sin plantearse preguntas, sin dudar, y sin intentar ir más allá de lo que se les dice, salvo aquellos quienes intentan fugarse y alcanzar el misterioso santuario. Logan es un vigilante, un encargado de mantener el orden que, por ese mismo motivo, lo convierte en privilegiado dentro del sistema, aunque este privilegio no le libra de su ciclo vital, aquel que solo puede continuar si alcanza la “renovación”, que solo es una mentira más para controlar, una que provoca que los ciudadanos acudan a su muerte (control de población por asesinato) pensando en la buena vida que les espera más allá de los treinta.

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