sábado, 12 de diciembre de 2020

Caza de brujas (1991)


<<¿Quién es el principal enemigo del preso? Pues otro preso. Si los reclusos no se pelearan entre sí, los mandos no tendrían ningún poder sobre ellos>>

Alexandr Solzhenitsyn, Un día en la vida de Iván Denísovich

Las palabras de Solzhenitsyn son aplicables a más ámbitos que el gulag, puesto que las peleas entre condenados son muestras de la lucha por la supervivencia, una lucha que pueda encontrarse en cualquier sociedad amenazada por el terror que permite a unos pocos ejercer el control sobre muchos. Los enfrentamientos no son fruto de la casualidad, se basan en el uso calculado del miedo —al hambre, al frío, a la violencia física, a la pérdida del bienestar...— que crece en los controlados a partir de amenazas directas o indirectas. Cierto que el gulag no es Hollywood, ni que los presos son los nombres de las listas negras, ni los burócratas estalinistas son los miembros de un comité que se supone democrático, pero es innegable que hay algo común. En ambos casos, quien controla logra enfrentar a los controlados, para así hacer cómplices y borrar cualquier opción de unidad que pueda hacerle frente. Así, quien antes era amigo, puede ser quien delate; y así, las víctimas pasan a ser victimarios. Este podría ser el caso de Larry Nolan (Chris Cooper) —al inicio de Caza de brujas (Guilty by Suspicion, 1991), por miedo a perder su trabajo, da nombres de amigos y compañeros a los encargados de limpiar Hollywood de comunistas. ¿Pero por qué Hollywood y el cine? Por ser mediáticos y por la capacidad de transmitir ideas que se le atribuye a las películas. Atacar Hollywood era la opción ideal para lograr publicidad y lograr la colaboración de los estudios era la vía libre a cualquier abuso; como luego se vería. Si Hollywood y el sistema legal hubiesen frenado en seco el asunto de los “diez”, ¿qué habría pasado? Sin el apoyo o consentimiento por parte de la industria cinematográfica y del sistema legal, la caza de brujas no contaría con la supuesta legalidad asumida por un comité que cayó en el contrasentido de asegurar defender las libertades del país, atacando las libertades de sus habitantes. De modo que su contradicción generó el sinsentido que golpeó a la propia democracia estadounidense durante primer tercio de la guerra fría. Esa persecución implacable por parte de la HUAC fue causa de miles de vidas rotas —como apunta la leyenda final de la película— y ha dado pie a varias producciones cinematográficas que abordan el tema. La primera fue La tapadera (The Front, Martin Ritt, 1976), que Ritt desarrolló en el ámbito televisivo, y la primera centrada en el cine fue Caza de brujas, cuyo primer guion había sido escrito por Abraham Polonski, una de las víctimas de la cacería.


El film narra el acoso y derribo sufrido por David Merrill (Robert De Niro), un famoso y exitoso director de películas que ve como su carrera profesional se va a traste, consecuencia de su negativa a dar nombres al Comité que se alimenta de la permisividad, complicidad y pasividad, de unos; y del miedo y la delación, de otros. Que Merril sea director de películas posibilita que Irwin Winkler haga cine dentro de cine, sí; pero el espacio al que accede supera dicha acotación y descubre, a través de la realidad laboral, política y social de la que Merrill es víctima, la situación de todo un país. Da igual que Merrill hubiera sido, fuese, sea o no sea comunista —como ciudadano libre, en un país libre, estaría en su derecho—, pues en cualquiera de los casos viviría una situación que atenta contra su libertad individual. Eso asume el protagonista, y lo lleva hasta sus ultimas consecuencias, la de plantar cara a quienes le han acosado y arrinconado, pero no han conseguido convertirlo en delator ni en victimario y, por tanto, no han logrado arrebatarle su interpretación moral, desde la cual se niega a dar nombres y acusa a sus acosadores.

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