Como ventana a vidas ajenas, aunque sean ficticias, el cine es un ejercicio voyeurístico. Si a esto se le añade una ventana hitchcockiana, sería el colmo del mirón. Pero Roy Rowland no posee la mirada obsesiva ni la necesidad de mirar de Hitchcock, ni fue el responsable de La ventana indiscreta (The Rear Window, 1954). Aunque parte de una mirada similar, la suya, más que curiosa, es accidental, no nace de una necesidad interna, y le sirve de excusa para poner en marcha El único testigo (Witness to Murder, 1954). Cheryl Draper (Barbara Stanwyck) asoma su cabeza por su ventana, lo hace sin intención de espiar a Albert Richter (George Sanders), el vecino del edificio de enfrente, pero no puede evitar observar como este golpea a una mujer hasta matarla. Cheryl se asusta e inmediatamente telefonea a la policía, pero los dos agentes enviados no encuentran nada que indique que en el piso del sospechoso se haya cometido un crimen y asumen que Cheryl lo ha imaginado o soñado, conclusión a la que ayuda la actuación del asesino. Richter, escritor y ex-nazi, comprende mejor que el resto lo que eso significa, de modo que exprime la opción de hacer pasar por loca a la testigo, para que nadie la crea y, llegado el momento, asesinarla haciendo pasar su muerte por suicidio. Lo interesante del asunto no es la resolución, puesto que todos sabemos cuál será. Lo que destaca es la situación por la que atraviesa la protagonista, el cómo nadie cree sus palabras y cómo desean que ni ella misma se crea. Sin pruebas tangibles, lo más sencillo es que dude y que reniegue de aquello que ha visto. Esa circunstancia adquiere mayor fuerza cuando el capitán de policía (Harry Sharon) decide encerrarla por su bien, después de que Richter haya escrito con la máquina de la protagonista anónimos en los que se amenaza a sí mismo. Así, sin más, al capitán le resulta más sencillo no dudar de lo aparente, puesto que la realidad aparente le saca de encima a alguien que le resulta un problema, pues todo apunta a que ella es una acosadora y una paranoica. El problema, que no es tal, sino que se trata de una opción menos complicada, reside en que El único testigo no pretende profundizar en la desesperación de Cheryl, ni en su impotencia ni en el miedo que se va apoderando de ella; tampoco pretende dar mayor presencia al conflicto de Larry (Gary Merril), el detective que empieza a salir con ella, que desea creerla, pero que no encuentra pruebas físicas para hacerlo. Finalmente, Rowland opta por el entretenimiento, por un suspense cuyos giros argumentales siguen su curso trazado hasta que desembocan en una variante cualquiera de un final conocido de antemano.
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