jueves, 3 de diciembre de 2020

Nace una canción (1947)

Las interpretaciones de Danny Kaye suelen provocarme una reacción opuesta a la gracia que se le supone a un actor de comedia. Pero mi rechazo no se cumple, o no del todo, en Nace una canción (A Song Is Born, 1947), en la que Howard Hawks logra mantener a raya el histrionismo de un actor a años luz de los más hawksianos Gary Cooper —protagonista de la primera versión de la historia De la A. La Z, en la que se basa el film—, Cary Grant o John Wayne. No obstante, Hawks se las apaña y sale airoso, aunque tampoco Virginia Mayo posee la presencia retadora, seductora y ambigua de Barbara Stanwyck en Bola de fuego (Ball of Fire, 1941), ni el grupo de eruditos de Nace una canción aporte la ingenuidad de los sabios de la primera versión de la historia ideada por Billy Wilder y Thomas Monroe. Entonces, ¿cuáles fueron los motivos que le llevaron a volver a hacer lo ya hecho? ¿Mejorar la versión anterior? ¿Un nuevo enfoque de la misma historia? ¿Se le habían agotado las ideas? ¿Por dinero? ¿Por retarse a sí mismo? ¿O porque le resultaba más fácil ir por un camino ya transitado seis años atrás? Posiblemente no exista una sola respuesta, sino varias, pero lo cierto es que a Hawks se le presentó la oportunidad de filmar en technicolor y no la desaprovechó. Nace una canción fue su primer film en color, y esto ya indica novedad o cambio, quizá un riesgo para un cineasta que llevaba veinte años trabajando con fotografía en blanco y negro.

La historia que desarrolla Nace una canción es la misma que la de Bola de fuego (Ball of Fire, 1941), incluso algunos diálogos son los mismos, pero hay diferencias —sobre todo en el desarrollo de la parte final y en las jam sessions que se celebran en la mansión donde habitan los siete eruditos— y distancias insalvables como la pareja protagonista y la investigación del grupo de eruditos que conviven y estudian en la mansión a donde la cantante interpretada por Barbara Stanwyck en Bola de fuego y Virginia Mayo en Nace una canción llevan desorden, deseo y vitalidad. Ella despierta la sexualidad de Hobart Frisbee, un niño grande que se encuentra ante su primer amor, lo cual le pone algo nervioso, sobre todo porque no sabe cómo explicar o responder a los estímulos y a sus reacciones naturales, que empiezan a dominar sobre su intelecto y la música que anteriormente dominaban en la mansión que despierta a la vida y a nuevos ritmos musicales.

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