La mentira y el engaño son exclusivos de la universalidad humana, tan exclusivos que todos los llevamos con nosotros y echamos mano de ellos con o sin disimulo, consciente o inconscientemente. La pareja de timadores de Los tramposos (1959) intenta disimular sus pequeños golpes y engaños, pero no engañan a Julita (Concha Velasco), el personaje que, en su impuesta honradez, determina el cambio laboral en Virgilio (Tony Leblanc) y Paco (Antonio Ozores). Estos dos trúhanes sí embaucan al pueblerino que ve con buenos ojos engañar al tonto que reparte estampitas por una peseta. Pero el tonto solo lo es a medias, puesto que comprende que el timo de la estampita funciona porque siempre habrá víctimas que creen ser lo suficientemente listos para engañar al tonto. Podría hacerse un estudio o un ensayo sobre la escena que se produce en el exterior de la estación de Atocha y la realidad que encierra y desvela que el buen hombre rechaza al personaje de Leblanc cuando debe dar una peseta por insistencia de aquel; sin embargo cambia su actitud cuando comprende que puede sacar tajada. Es el mismo individuo y, en solo un segundo (el tiempo justo que le lleva pensar en ganar dinero fácil), parece otro distinto. No obstante es el mismo antes, durante y después del timo. Es un pobre desgraciado, ni mejor ni peor que sus victimarios, pues se comprende que Virgilio y Paco son unos don nadie que pretenden hacerse un hueco en la España del desarrollo sin progreso. Es la España de medio pelo, el país donde sobreviven sin dar más palo al agua que los palos que dan a incautos que quieren sacar algún beneficio, sea con las rifas o con las estampitas. Lo cierto es que a ellos y a otros muchos les gustaría vivir del cuento, sin trabajar, contando cuentos, soñando con escapar a la realidad, que esta no les coja de lleno, sino de medio lado, en una posición en la que puedan sacar alguna ventaja que emplearán para continuar trampeando, tragando cotidianidad y engañándose.
Quizás Los tramposos no tenga el prestigio de otras películas españolas de su época, quizá por su apariencia más conformista o porque el prestigio no es más que el fruto de otro engaño, pero sin duda sí es una comedia que tiene su gracia. Se encuentra en sus personajes y en las situaciones que delatan su fuga de la realidad, en una huída que muestra más realidad que películas que pretendían mayor realismo. Pedro Lazaga muestra mucho más de lo aparente o cuela en la apariencia cómica aspectos que desvelan otros menos sonrientes. Así, sus personajes parecen confirmar (más en sí mismos que en sus víctimas) una generalidad siempre presente en la pantalla: hay quien engaña porque siempre hay alguien a quien engañar y que desea ser engañado. Y la pareja de timadores es el ejemplo de ambas, pues engaña y se engaña. Los tópicos y los chistes fáciles, las situaciones ridículas, un reparto que cae como anillo al dedo a la rítmica narrativa de Lazaga se combinan para dar encanto a Los tramposos; a su ausencia de prejuicios a la hora de mostrar el desarrollo y el turismo en un país de hidalgos decadentes y pícaros en busca de fortuna, el país que ofrece a los turistas la oportunidad de emborracharse a sus anchas por el módico precio que genera los ingresos de visionarios que, como Paco, Virgilio y su socia capitalista (Laura Valenzuela), se dedican al negocio de las visitas a lugares no tan típicos del Madrid de finales de la década de 1950. <<Callos a la espiquinglish, 15 pesetas>> luce en la pizarra del bar donde Paco y Virgilio llevan a sus clientes a tomar vinos. Ese es su instante de éxito y de mayor rebeldía, puesto que el resto de su desventura, ya sea como timadores de poca monta o como honrados ciudadanos, lo suyo es una cuestión de conformismo e ingenuidad, de dejarse guiar hacia el puesto laboral y el convencionalismo que les permitan encajar dentro del sistema. Pero más que patéticos, los protagonistas son una caricatura de la naciente clase media urbana española, la que surge concluida la larga posguerra y se inicia el camino del “desarrollo”, una clase social que abraza el conformismo —la renuncia final de Paco y Virgilio a su vena emprendedora, sea la legal o la ilegal, lo confirma— y pretende de caminar hacia el bienestar proporcionado por la olla express, la publicidad, la vanidad, el turismo o la venta de libros puerta a puerta.
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