jueves, 10 de diciembre de 2020

Las rebeldes del internado (1934)

<<La obligación más importante de todas es mantener las apariencias>>.

La frase expresada por Miss van Alstyne (Beulah Bondi), la directora de la escuela de señoritas de la Alta Sociedad donde se desarrolla Las rebeldes del internado (Finishing School, 1934), da una idea de la hipocresía que la protagonista descubre en la ficción, pero quizá no fuera muy diferente a la de ciertos sectores sociales de la época.

Por aquel entonces de Depresión económica, los estudios cinematográficos recibían presiones de grupos defensores de la moral y de la decencia, aunque cabe la sospecha de que dichas asociaciones defendiesen su interpretación de moral y decencia. Así, para evitar posibles boicots y similares, los estudios crearon el código que en 1934 se impuso de manera oficial. Quizá con él, las productoras pensaban evitar las molestas bondades de las asociaciones y grupos defensores de lo que entendían por decencia, de lo que querían imponer como decencia o de lo que pretendían que fuese la decencia; pues, para el caso, las tres opciones vendrían a ser la misma: imponer su postura (y todo lo que desencajase, sería inmoral). Evidentemente, tanto la presión como la materialización de las normas era más inmoral que la inmoralidad atribuida a las películas, puesto que las directrices atentaban contra la libertad de expresión del medio cinematográfico.

Así, a grandes rasgos, Hollywood creo su censura para imponerse la autocensura. Esta se conocería como Código Hays y, como cualquier censura, había nacido para controlar, erradicar y velar, en su caso de las pantalla y de la cotidianidad del público —conscientes de que las películas influían en los hábitos de quienes las veían—. ¿Y que tiene que ver todo este rollo con Las rebeldes del internado? Todo y nada, puesto que este film fue uno de últimos que gozó de libertad, pero no por ello dejó de sufrir los posteriores ataques de ultraconservadores que encontraron pecaminosa la actitud de las chicas protagonistas del film de George Nichols, Jr. y Wanda Tuchock. ¿Que las estudiantes fuesen jóvenes y vitales era la inmoralidad a erradicar o era el cine pernicioso y peligroso para la salud pública? ¿Atentaba contra la integridad moral de una población que tenía mayores problemas que las películas que mostraban la vitalidad juvenil o la violencia en las calles? ¿O esos problemas, muchos derivados del crack de 1929, tuvieron que ver en el asunto?

Como cualquier censura, la de Hollywood trataba de imponer, prohibir y controlar, sin importar si atentaba contra quienes se decía proteger. La primera indecencia en la que incurren los “decentes” es asumir que ellos son decentes e indecentes quienes piense distinto. Después le seguirán otras muchas, por ejemplo imponer su criterio sobre otros igual de lícitos, si no más, puesto que la intolerancia les resta legitimidad moral. Al atentar contra la libertad de expresión, cualquier código agudiza su carácter represor y, en ese instante, deja de ser el supuesto conjunto de normas que se presume benefician al conjunto —se transforma en una herramienta que limita a los individuos que lo forman. Esto pretendía la censura que Hollywood impuso a Hollywood. Pretendía controlar y recortar. Y eso es lo que sucede en la escuela de Las rebeldes del internado, donde Helen (Billie Burke), la madre de la protagonista y una mujer exageradamente frívola y esnob, la interna en el colegio, porque así ella tendrá tiempo para viajes, fiestas, placer y demás. Qué duda cabe que Virginia (Frances Dee) aprovecharía mejor su juventud en la universidad, en una librería, tomando café o jugando a los bolos, que asimilando el protocolo inculcado por una escuela de señoritas no muy lejana del internado de Muchachas de uniforme (Mädchen in uniformeLeontine Sagan, 1931). En ambos colegios, las normas o prohibiciones y el uniforme no responden a ningún fin educativo, sino a la necesidad de adiestrar para perpetuar el orden prusiano, en el caso de Manuela —la sufrida adolescente del film de Sagan—, y el código conducta, el patriarcado y el hermetismo de clase de la Alta Sociedad que empujan a Virginia a rebelarse contra la falsedad y la hipocresía que le impide elegir y que la lleva al límite.

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