miércoles, 28 de octubre de 2020

La cueva de los sueños olvidados (2011)


Acompañar a Werner Herzog en su viaje a la prehistoria es un lujo que acepté sin pensarlo dos veces. Y no me arrepiento de haber descendido a la Cueva de Chauvet, en Francia, guiado por las imágenes y la voz de un cineasta que no solo ve estalactitas, estalagmitas, huesos o pinturas rupestres en las sombras iluminadas por las luces de sus linternas. Ve atrás en el tiempo y observa al humano de hace unos 35.000 años. Intenta hacerse una idea de quién fue aquel antepasado que habitaba ese lugar donde el Arte se hizo Arte quizá por primera vez, donde las figuras cobran movimiento y la sensación de expresar vida entre claroscuros similares a los del pasado que se ha conservado inmaculado para alcanzar nuestro presente y, quizá, decirnos que la sensibilidad artística humana poco ha cambiado, porque dicha sensibilidad nace de nuestra comprensión e incomprensión de la naturaleza, de la que nos rodea y de la interior donde surgen los misterios que forman parte de nuestra realidad e irrealidad desde los albores de la especie.

Desaparecieron, también aquellos animales pintados en la roca, animales que, como el rinoceronte lanudo, el mamut o el oso y el león cavernario dejaron su lugar en la prehistoria. Nunca alcanzaron la Historia, tampoco nosotros somos capaces de situarnos en el tiempo de los moradores de la cueva de los sueños olvidados, por lo que solo podemos conjeturar y evocar fantasmas y, tal vez, verlos entre nosotros. Pero la cueva es una especie de puente <<donde espacio y tiempo pierde su significado>>. Herzog es un poeta, quizá uno de los últimos románticos, un aventurero y un cineasta diferente, con inquietudes distintas, fruto de sus propios sueños y de su modo de entender la vida. Su viaje al pasado le permite borrar límites, se adentra en la cueva con un pequeño equipo y con la certeza de que <<nada es real. Nada es seguro>>, como dice en el epílogo, consciente de que el tiempo y la naturaleza son cambiantes, alteran, se alteran y nos alteran. Es consciente que sabemos muy poco de nuestros antepasados cavernarios, y que lo que creemos saber podría ser erróneo o inexacto, fruto de especulaciones y de minuciosos estudios de los restos que, poco a poco, hemos podido recuperar gracias a cápsulas temporales como esa hermosa gruta natural descubierta en 1994 por Jean-Marie Chauvet, Élitte Brunel y Christian Hullaire, a quienes el cineasta alemán dedica su fascinante documental...

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