La pérdida de confianza en las autoridades, más que en el sistema, la crispación generalizada, la ambigüedad o ausencia de claridad institucional respecto a Vietnam y Cuba, la supuesta amenaza soviética, los derechos
civiles de una parte de la población, derechos hasta entonces inexistentes o pisoteados, los asesinatos de los hermanos Kennedy y de líderes negros como Malcolm X o Martin Luther King, el petróleo, el intervencionismo en diversos puntos del globo terráqueo, la administración Nixon..., depararon el fin del sueño, el malestar del despertar y las dudas sobre las versiones oficiales. De ese modo, surgieron hipótesis alternativas a la oficial y algunos thriller de los setenta hicieron eco de ellas en sus historias, secas, expeditivas, para nada complacientes, como la desarrollada por David Miller en Acción ejecutiva. Su narración no precisa personajes
histriónicos, ni simpáticos, no hay lugar para héroes ni villanos, ni para supuestos discursos que chillen lo evidente. Miller toma de su presente, mirando el pasado inmediato, para decir que algo estaba sucediendo, que algo no encajaba o no funcionaba. Esa disfunción es la señalada por este tipo de cine en general, y cada película en particular muestra su inconformismo y no esconde su disgusto, ni sus dudas. Por ejemplo, Acción ejecutiva detalla sin ningún tipo de adorno una hipotética conspiración. Lo hace puntillosa, a modo de crónica, y golpea de lleno; si en el lugar correcto o incorrecto, esa sería otra cuestión. Su pegada era inusual en Hollywood y en el cine comercial, donde las más de las veces se abrazaba (y abraza) la versión oficial y el escapismo, socio y aliado de la
industria del entretenimiento cinematográfico, de cualquier industria relacionada con el espectáculo.
Pero, a veces, aparecen películas como la de Miller, quien, aprovechando el guion de Dalton Trumbo, abordó temas, supuestos y realidades de un pasado reciente. Desvelando los supuestos movimientos de un grupo minoritario, sí, de esos que suelen mover los hilos entre bastidores, quizá los únicos marionetistas con el poder y los medios para llevar a cabo el asesinato de un presidente. Los intereses en la sombra mueven a los personajes de Acción ejecutiva -posiblemente la primera ficción que detalla de manera exhaustiva una posible conspiración en el asesinato de J. F. K.- y, en un sentido inverso, las sombras también ponen en marcha a otras películas contemporáneas, sin ir más lejos a los periodistas de la indispensable Todos los hombres del presidente. Más allá de la argumental, la diferencia entre ambas estriba en que la segunda es una crónica de la realidad, con héroes que vencen al villano, mientras que en la primera se desarrolla un alternativa a la realidad oficial, sin ningún personaje que pueda simpatizar con el espectador, ya que todos son ambiguos y persiguen fines que escapan a los pretendidos por los individuos que, como la mayoría de nosotros, nada saben de las sombras.
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