jueves, 8 de octubre de 2020

Jackie (2016)



A estas alturas de curso cinematográfico (más de un siglo de cine), resulta inusual que un cineasta estrene en salas comerciales dos películas el mismo año, pero lo que me llama la atención no es la doble exhibición o triple -si pensamos en Estados Unidos, donde Pablo Larraín estrenaba en 2016 El club (2015), Neruda (2016) y Jackie (2016)-, sino que las propuestas encuentren sus motivos aparentes en personajes reales y ninguna pretenda imponer una realidad histórica, y menos aún absoluta, ni realizar un biopic al uso, de esos que te dan todas las respuestas y ninguna pregunta, como si los responsables de la puesta en escena conocieran cada recoveco de la vida pública, privada e íntima del personaje retratado. Más arriesgado y, por bien llevado el riesgo, más interesante me parece la doble elección de Pablo Larraín, que tomó las figuras reales de su compatriota el poeta Pablo Neruda y de Jacqueline Kennedy Onassis e hizo dos recorridos biográficos inusuales en Neruda (2016) y Jackie (2016), distintos porque en ningún caso pretende absolutos, sino lo contrario. En la primera crea una ficción a partir del personaje y en la segunda el personaje ha creado la ficción que se derrumba tras el asesinato de su marido, el presidente John Fitzgerald Kennedy, el 22 de noviembre de1963. Como el Camelot del musical (más que el del ciclo artúrico), la imagen proyectada es la fantasía soñada, que existe en la distancia de la irrealidad, en el alejamiento de quien sueña y se descubre entre la imagen idealizada y la real. Este es el espacio donde habita la Jackie de Natalie Portman, que respira y camina entre varios tiempos y varias ideas, las que se destruyen y las que surgen para reconstruir.


Podríamos señalar cuatro tiempos distintos en los que observamos a Jackie, en los que vive ilusión, aflicción, culpa, muestra elegancia, dignidad, enfado, desorientación y desencanto. Ella es un arco iris emocional, prácticamente tiene emociones de todos los colores. La conocemos y desconocemos en un pasado que parece presente, uno durante el cual Larraín muestra la entrevista con el periodista interpretado por Billy Crudup. Este arranque inicia el viaje hacia el interior, hacia aquello que es y aquello que no fue. Hacía lo que nadie conoce, salvo ella. Por eso al inicio, cuando recibe al entrevistador, Jackie le indica que la historia que contará será la que desea que sea contada, ninguna otra, condición que excluye la publicación de cualquier confidencia o confesión que trastoque su versión pública. Jackie es al tiempo la mujer que vemos en el documental sobre La Casa Blanca y la que silencia sus emociones. Son dos mujeres: la imagen pública y la misteriosa, a la que tenemos cierto acceso o uno restringido. Intercalando ese tiempo de entrevista, respuestas, dudas y reacciones, con algunos recuerdos de la viuda, la historia muestra la desorientación, la sensibilidad y la valentía de la mujer que se enfrenta a la realidad a la que despierta tras el impacto, la viuda que vive el duelo, la madre que vela por sus hijos y la dama, antes primera, que camina firme en su dolor y en su recuerdo del “Camelot” soñado.

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