sábado, 24 de octubre de 2020

El festín de Babette (1987)



Hay diferentes maneras de disfrutar El festín de Babette (Babettes gæstebud, 1987), pero la más fácil, por evidente, consiste en dejarse llevar y saborear las situaciones y los personajes que Gabriel Axel pone sobre el celuloide. El veterano cineasta danés adapta un cuento de Karen Blixen, la misma escritora que evocó su granja en África, donde es probable que llevase consigo platos que habría saboreado en su tierra de origen, puesto que cada zona geográfica tiene comidas que forman parte de la identidad cultural de sus habitantes. Mayormente, suelen ser quienes los elaboran y consumen, pero, a veces, algunos platos traspasan fronteras y se convierten en embajadores culturales y, según su elaboración e innovación o la habilidad para crear algo diferente, único, podríamos hablar de Arte. La elaboración artística, la que escapa al plato típico que cada día se sirve en la casa donde le dieron asilo, distingue a Babette (Stéphane Audran) cuando elabora sus codornices en sarcófago. En ese instante, gracias a la inestimable guía del general Löwenhielm (Jarl Kulle), se comprende que hay platos que trascienden el ámbito de la cultura popular y se convierten en obras de arte. Ella, la eficaz sirvienta durante los últimos catorce años, es una artista y su arte culinario hace feliz a quienes son obsequiados con él.


Babette es el ingrediente que Axel pone en un entorno frío y gris para hornear este delicioso manjar de ignorancia, austeridad, temor, puritanismo, magníficos vinos y arte culinario que alcanza su armonía en la cocina y en los platos de esa mujer que, tras más de una década de exilio en las lejanas costas de Jutlandia, lejanas para ella y para quienes no vivan allí, desea expresar su gratitud a sus benefactoras y regalarles una obra maestra de sabor, textura, generosidad y pasión. Además, para Babette resulta liberador sentir que de nuevo crea en la cocina, lo hace cocinando una auténtica cena francesa que le permite poner a prueba su don artístico, hasta entonces oculto, en una serie de platos elaborados de forma nunca vista por esos lares donde los sentidos de los comensales despiertan a sabores, texturas, sensaciones y olores que desafían su austeridad, su silencio y la rigidez de sus costumbres.


En la pequeña comunidad todo cambio en su cotidianidad genera recelo, ya que se trata de una alteración del orden conocido. Ante esta posibilidad, la congregación se siente amenazada, pues temen el desorden en sus vidas, temen lo imprevisto, el color —predomina el gris y otros tonos apagados— y cualquier pasión liberada. El banquete que prepara la cocinera francesa es una alteración y, como tal, genera la desconfianza y el nerviosismo en las dos hermanas, que aceptan la petición de Babette porque no pueden negarse. Sospechan que pueda tratarse de un akelarre y solicitan a sus iguales que guarden silencio respecto a los platos y los vinos que se sirvan en la mesa. Los comensales cumplirán su promesa, pero también darán buena cuenta de la cena, una que recupera y libera la pasión y la creatividad de la cheff, que hasta entonces habían permanecido ocultas —quizá también exiliadas, como la propia comunera— en la cotidianidad del pueblo donde Filippa (Bodil Kjer) y Martine (Birgitte Federspiel) la aceptaron como sirvienta años atrás. La historia se inicia en el presente, con Babette y las hermanas ya ancianas, pero la narradora nos devuelve a un pretérito donde la primera todavía se encuentra ausente, en su Francia natal, mucho antes de unirse a la Comuna de París, y las segundas son dos jóvenes hermosas entregadas a las labores inculcadas por su padre, el pastor. Ambas tienen deseos que reprimen, de igual modo que atrofian sus sentidos y sus pasiones por miedo quizá a pecar o a sentir sensaciones mundanas y carnales que puedan apartarlas de su espiritualidad, ya que ellas (y el resto de la congregación) atienden el espíritu y ningunean el cuerpo, sus necesidades. Ese pasado es importante para comprender el presente del festín. Lo es porque en ese momento de su juventud, las hermanas se decantan por el silencio, las oraciones, el pescado hervido y las buenas acciones, pero sus vidas existen en ausencia, en represión y en la ordenada espera a una supuesta felicidad celestial.

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