sábado, 10 de octubre de 2020

Nuestra hermana pequeña (2015)


Cotidianidad, afectos, acercamiento y abandono, vida, belleza, aflicción, distancias,... Ozu hablaba de que sus historias encontraban flores en el barro y Hirokazu Kore-eda recoge esa visión del mundo, que también tiene de chaplinesca el <<una sonrisa, quizá una lágrima>> que se anuncia al inicio de El chico (The Kid, 1921). Las protagonistas de Nuestra hermana pequeña (Uminachy Diary,  2015) son flores en el barro, son mujeres y hermanas, sonríen y lloran, con o sin lágrimas, iluminan en su alegría y caminan juntas en el dolor.


Dentro de la obra cinematográfica de Kore-edaNuestra hermana pequeña hereda emociones y sentimientos, contención, honestidad, relaciones y distancias que aquí se acortan. Esa herencia, que reparte a lo largo de sus películas, la recibe un núcleo tan peculiar como otros que pueblan su filmografía. Se trata de una familia sin padres ni madres, aunque exista la madre que tiempo atrás abandonó a sus hijas, cuando su marido se fue con otra mujer. Hay tres hermanas, que se encuentran con una cuarta en el funeral del padre, a quien no vieron desde entonces; Chika (Kaho) apenas lo recuerda. Son diferentes entre sí, tienen carácter propio e independencia, lo que enriquece su convivencia en un hogar común donde se cuidan y protegen. Los hermanos y hermanas de Nadie sabe (2004) intentan algo parecido en el apartamento donde viven su abandono, pero son demasiado pequeños para encarar con mínimas garantías su realidad y la sensación que domina es la imposibilidad, el olvido y la desesperanza. Por contra, Nuestra hermana pequeña resulta luminosa, existe liberación, frente al encierro que se cierne sobre los niños protagonistas de aquella. Ambas producciones tienen en común que los mayores asumen el rol paterno y materno, intentan llenar el vacío que no les corresponde, pero que asumen suyo, porque se responsabilizan de sus hermanos menores. De ese modo pierden su infancia, conservan la de los otros, y establecen conexiones y lazos paterno/materno-filiales y entre hermanos. En realidad, la obra cinematográfica del director de Still Walking (2008) son lazos existenciales en la vida cotidiana, en sus flores y en el barro. Son cotidianidades corrientes, con sus aspectos positivos y negativos, con relaciones y vivencias, de familias que no tienen que serlo de sangre, sino de vínculos que se forjan día a día, en el dolor y la alegría, en cualquier emoción y sentimiento que encontremos delante y dentro de cada uno.


Fuera de contexto, <<siento envidia de tu padre y de tu madre [...] porque dejaron un tesoro para alumbrar al mundo>> puede sonar cursi, pero si se contempla en situación, cuando se pronuncia, las palabras suenan sinceras y expresan el sentimiento de una mujer que ve luz antes de enfilar el túnel que le conducirá a la oscuridad. Quien habla sabe que su enfermedad transita su fase terminal, pero comprende que todavía puede sentir la belleza de las cosas y de las personas a su alrededor. La encuentra en los cerezos en flor o en la adolescente de quince años que carga con una culpabilidad que no le corresponde, aunque se la atribuye y la lleva a cuestas. Su sentimiento de culpa nace del daño que cree que su madre (ya muerta) hizo al enamorarse de un hombre casado que abandonó a su primera esposa y a tres hijas. La joven ha pensado en ello y ha concluido que su existencia ha provocado que alguien sufra. Esta creencia no le permite una dicha plena al lado de sus tres hermanas mayores, hijas de la mujer abandonada en el pasado.


Suzu (Suzu Hirose) es y no es una niña, es la hermana pequeña y la hija que cuidó de su padre durante su enfermedad. Como niña es luminosa, como hija conoció el sufrimiento y como hermana conocerá la cercanía, la complicidad y la sensación de que nunca más estará sola. La suma de niña, hija y hermana da la idea de la persona que a temprana edad conoce la dicha y la desdicha. Pero Suzu acepta haber perdido parte de su infancia y resplandece en su adolescencia, al lado de sus hermanas, y llena la pantalla con su silencio y su sonrisa, con palabras y gestos. Y la llena porque, junto a las tres mayores, se siente protegida y, superadas las dudas y culpas, prevalece una visión positiva de la vida y de las relaciones, posiblemente la más positiva en el cine de Kore-eda. Si ella ilumina la pantalla, lo mismo puede decirse de sus hermanas, que la llevan a vivir con ellas después del funeral paterno. Como consecuencia, la vida de la adolescente cambia, la de las mayores continúa por caminos que no siempre deparan alegría o satisfacción, pero en su comunión, en ese apoyo que se ve primero en la responsabilidad asumida por Sachi (Haruka Ayase), la mayor de las cuatro, superan los momentos de aflicción, aquellos como los dos entierros entre los que se desarrolla el acercamiento de un cuarteto luminoso y de inolvidable humanidad, sencillamente porque están ahí, saben que cada una está ahí para las otras. <<Si quieres puedes quedarte conmigo para siempre>>, le dice la mayor a la pequeña, en un determinado momento que quizá sea el instante que se liberan de cargas (en ciertos aspectos similares) que han marcado sus vidas.


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