viernes, 30 de octubre de 2020

Suez (1938)


Existen individuos que sueñan grandeza y, en su intento de realizar sus sueños, son quienes arrastran al resto hacia adelante o hacia el abismo, al progreso o a la barbarie. Son aquellos soñadores quienes, empujados por su ambición e ilusión, persiguen y materializan las ideas y visiones mas inverosímiles que, una vez alcanzadas, engrandecen al conjunto o provocan la pesadilla que a pocos o a muchos les toca sufrir. Ferdinand de Lesseps (Tyrone Power) fue de los primeros, soñó acortar espacios y quiso comunicar el Mediterráneo con el Océano Índico, abriendo un canal en tierra que uniese el mar de los antiguos romanos con el Mar Rojo. Más adelante, iniciaría otro proyecto de similar envergadura: el Canal de Panamá, pero esa es otra historia y no tiene cabida en esta biografía cinematográfica realizada por Allan Dwan.

Común a tantos biopic realizados en Hollywood en la década de 1930, en los que se dramatizan situaciones y se presta atención a una historia de amor, pero también de superación, sacrificio y logros, Suez (1938) ensalza la figura del personaje biografiado, algo que Dwan hace a la perfección y añade algo más: su atención a la época. Se acerca al momento, nos da una idea general —disturbios civiles, cierre de la Asamblea, proclamación del Segundo Imperio, Luis Napoleón, de presidente de la República a emperador, o Victor Hugo y Los miserables (publicada en 1862)—, pero también concreta ambiciones, intereses y las diferencias sociales que afectan a su trío protagonista.

Como todo sueño, materializarlo conlleva trabas y sacrificios. No es gratuito, es costoso y conlleva pérdida. <<Has ganado>> le dice Eugenia (Loretta Young) cuando condecora a Ferdinand. <<Sí, he ganado... y he perdido cuanto más quería>>, responde el constructor del Canal. <<Tal vez la fama exige ese este precio>>, apunta la emperatriz consorte, consciente de que ella ha ganado un trono, pero también ha perdido —al cambiar el amor por la corona. No obstante, el protagonista de Suez no paga el precio de la fama, sino el del visionario condenado a perseguir su visión hasta verla materializada o verse derrotado por algo más grande de lo que puede abarcar. De hecho, en varios momentos del film, Ferdinand está apunto de rendirse, sobre todo, cuando Luis Napoleón (Leon Ames) le utiliza para deshacerse de sus oponentes y proclamar en Imperio. En ese instante de desengaño y dolor, pues pierde amistades, a su padre (Henry Stephenson) y su reputación, el protagonista ya no quiere saber nada del canal que pretendía construir desde Port Said a Suez, atravesando 163 kilómetros de desierto.

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