martes, 27 de octubre de 2020

Argel (1938)






El sueño imposible del delincuente interpretado por Jean Gabin llamó la atención de Walter Wanger, que se hizo con los derechos de Pèpè le Moko (1936) y produjo su versión estadounidense, sin Julien Duvivier ni Gabin, con Charles Boyer de protagonista y John Cromwell a cargo de la realización. Hasta aquí nada que objetar, pero, una vez vistas ambas películas, se tiene la sensación o la certeza de que en ningún momento Argel (Algiers, 1938) supera a la original francesa y, salvo en su final, calca las escenas filmadas por Duvivier, pero sin la magia de este. ¿Qué sucede? John Cromwell lo hizo igual, pero diferente. Algo parece quedar claro: que ni Boyer es Gabin, ni Cromwell se cree la poética pesimista que nunca abandona el film de Duvivier, la cual alcanza su clímax en las escena final, cuando Pèpè logra su ansiada liberación. Son dos versiones de la misma obra, con dos presencias protagonistas tan distintas que marcan distancias insalvables, pues no es lo mismo acompañar por la Casbah al Pèpè le Moko de Gabin, peligroso, amenazante, humano, condenado, triste, esperanzado, que al Pèpè de Boyer, todo fachada y sin el halo pesimista de aquel que se libera de su carga y de su encierro en un final antológico, mientras que en Argel se desvirtúa en un final que rompe cualquier posibilidad catártica. Duvivier dijo que se había inspirado en Scarface (Howard Hawks, 1932) para su adaptación de la novela de Henri La Barthe, e hizo algo diferente a Hawks. Por su parte, John Cromwell —y el guionista John Howard Lawson— se basó directamente en el film de Duvivier e hizo algo igual pero muy distinto al cineasta francés. Son dos versiones de la misma historia, como hemos dicho, y con dos actores que solo tienen en común el personaje y su nacionalidad. Argel se abre del mismo modo que Pèpè Le Moko, incluso toma las mismas imágenes para presentar la Casbah donde se desarrolla la historia, el mismo laberinto que atrapa al protagonista, pero, la magia, el encanto y la imposibilidad generados por Duvivier brillan por su ausencia en esta primera versión estadounidense (mucho mejor película que la siguiente adaptación). El problema del film de Cromwell reside precisamente en pretender ser igual que el original francés, del que copia planos y situaciones (incluso diálogos), lo que repercute en la personalidad de una película que, posiblemente, habría ganado de tomar la versión gala como una referencia, y no como imagen a imitar.

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