jueves, 25 de marzo de 2021

El candidato (1972)


Cuenta la historia que el desarrollo tecnológico trajo consigo cambios en las distintas sociedades, que pasaron de nómadas a sedentarias, de agrícolas a urbanas, de la primera revolución industrial a la era tecnológica. Desde los primeros adelantos técnicos, sea el uso de la rueda o del arado, hasta la aparición de los medios de masas, la tecnología transformó costumbres, normas, necesidades, comportamientos y así, hasta hoy, cuando se descubre la cotidianidad como un espectáculo mediático con publicidad, propaganda, protagonistas, productos, vendedores, espectadores, compradores, humo. Por lo que puede aplicarse aquello de lo que corresponde al todo, puede aplicarse a sus partes. La política y el cine forman parte de ese todo que es la cotidianidad mediática de la sociedad tecnológica. Ambas partes se presentan por separado, aunque también juntas cuando el cine aborda de forma directa o indirecta entornos y figuras políticas. También lo hace la propaganda cinematográfica desde los tiempos en que Lenin salía en Cine-Pravda y, con terrorífico perfeccionamiento, en la Alemania nazi Hitler hacia lo propio en El triunfo de la voluntad (Triumph des WillensLeni Riefenstahl, 1934). Lejos de este uso propagandístico, existen espléndidas películas que encuentran protagonistas e historias en políticos y política, pero mientras films como El político (All the King’s Men, Robert Rossen, 1948), El último hurra (The Last Hurrah, John Ford, 1958), Un león en las calles (A Lion Is in the Streets, Raoul Walsh, 1953) o la francesa El presidente (Le presidentHenri Varneuil, 1961) hablan de políticos en particular, hablan del hombre hecho a sí mismo,
 Gabriel over the White House (Gregory La Cava, 1932), The Great McGinty (Preston Sturges, 1940), Tempestad sobre a Washington (Advise and ConsentOtto Preminger, 1962), The Best Man (Franklin J. Schaffner, 1964) o El candidato (The Candidate, Michael Ritchie, 1972) lo hacen sobre políticos, intereses de partido y entresijos del sistema político. Todos ellos, muestran perspectivas diferentes y complementarias, por ejemplo, Preminger muestra el senado, la lucha y las alianzas entre las distintas posturas e intereses, Schaffner expone la batalla dentro del mismo partido por ser el representante elegido y Ritchie prioriza y pormenoriza el entre bastidores de una campaña electoral al senado, en la que los medios son tan o más protagonistas que los propios candidatos.



Por mucho que se acerque a las calles, sin la televisión el candidato interpretado por
Robert Redford, también productor e impulsor del film, apenas llegaría al electorado. Esto lo deja claro El candidato, que centra su interés en la creación y puesta a punto de la campaña electoral de Bill McKay, un joven idealista, hijo de político, casado y abogado activista de profesión. Él es la imagen, pero los asesores en la sombra son tan protagonistas como él: el producto que se pretende vender. McKay sale a las calles, seguido de su séquito y de un cámara que filma cuanto hace, para después realizar un montaje que emitirán como parte de la propaganda electoral, o lo vemos en programas y debates televisivos, compitiendo por la victoria, puesto que se trata de una competición y de un espectáculo. A medida que asume su papel, empieza a aceptar que el fin justifica los medios para lograrlo —luego ya llegará el momento de preguntar <<¿y ahora qué?>>. Y, para hacerlo posible, están los Marvin Lucas (Peter Boyle) y los Howard Klein (Allen Garfield). Ellos son quienes llevan la campaña de Bill McKay, como antes llevaron otras. Son profesionales, crean la imagen o la perfeccionan. Se encargan de analizar, estudiar y reflexionar sobre qué puede o debe hacer su candidato, si es necesario que haga algo para recortar diferencias respecto a su rival, en este caso el senador ultraconservador Crooker Jarmon (Don Porter). Y por supuesto, son plenamente conscientes de que la campaña es puro teatro, creación y representación, la puesta en escena de su protagonista y candidato, cuyo porte y juventud son dos recursos a explotar en los medios, sea en forma de anuncios publicitarios o en programas. También gracias a ellos es sencillo manipular la opinión pública, orientar gustos y disgustos de la masa electoral. El candidato muestra todo esto, dejando constancia de su época, tanto en su estética como en su actitud crítica, que encaja con la amargura y el desencanto de un amplio sector de la sociedad estadounidense de la primera mitad de la década de 1970, una mitad condicionada por la guerra de Vietnam, la crisis energética (petróleo), el escándalo Watergate, la contaminación o los golpes de Estado en Bolivia, Uruguay y Chile.


Los atractivos de El candidato se mantienen intactos, sea su estética setentera —¿cuál iba a ser si no?—, la deriva de la época o la intención realista —por momentos documental— de Michael Ritchie o los temas que aborda a partir de la figura del idealista interpretado por Redford. Habla sobre políticos y política, pero el acierto de Ritchie fue adentrarse en la cotidianidad de una campaña electoral, que Jeremy Larner, el guionista del film (que había escrito los discursos del candidato a la presidencia Eugene McCarthy), y él mismo conocían de primera mano, centrándose en la imagen, en los medios de comunicación que transforma en estrellas mediáticas a los políticos y en un candidato idealista y progresista que sufre su transformación mientras lucha por llegar primero a la meta. Y sin televisión, ni los asesores que trabajan en la campaña, el candidato apenas tendría acceso y notoriedad entre un electorado al que no llega el mensaje, pues apenas entiende de qué se le habla, como corrobora cuando McKay sale a la calle y les laza sus discursos sobre política medioambiental o salud pública. La gente, en su mayoría, prefiere que le resuelvan los problemas cotidianos, sin necesidad que se les abrume con los generales, o escuchar frases sobre la grandeza de la nación que Jarmon lanza en sus discursos patrióticos...

2 comentarios:

  1. Me he quedado con ganas de verla. Siempre consigues con tus precisas y escuetas reseñas despertar el deseo de degustar estas joyitas del cine

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    1. Te va a sonar a broma, pero
      mi profesor de filosofía en COU me dijo —recuerdo que en tono informal en el pasillo del instituto— que escribía muy poco en sus exámenes, pero que no podía suspenderme aunque quisiera. Me dijo algo así como que escribes lo mínimo, pero lo poco que escribes está bien, y que le fastidiaba tener que aprobarme. Todo esto lo dijo riendo. Lo cierto es que yo también reí al escuchar aquello, quizá satisfecho, quizá orgulloso, y continuamos bromeando; y resulta que un par de meses después, habiendo elegido la opción de ciencias puras, filosofía fue mi mejor nota en selectividad. Me habían puesto un texto de Tomás de Aquino, pero ya no recuerdo cuál...

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