martes, 16 de febrero de 2021

Un león en las calles (1951)


El protagonista de Un león en las calles (A Lion Is in the Streets, 1951) es un idealista o quizá nunca lo haya sido y solo sea el vendedor que se conoce al inicio, cuando embauca con su palabrería y consigue lo que desea con su arrolladora simpatía. En ese instante, Hank Martin (James Cagney) se cree mejor y moralmente por encima del resto. Es el buhonero solícito, generoso y amable que se dedica a vender puerta por puerta, y a llegar allí donde otros vendedores no pueden o no osan hacerlo. Domina el cuento y la palabrería, y se desvela como el luchador, en apariencia, de las causas perdidas. Es su paladín, el caballero andante que se desvive por llevar la justicia a los pantanos donde se oculta de la ley —después de ser declarado culpable de difamar al empresario que acusa de engañar a los recolectores de algodón. Las primeras imágenes provocan que simpaticemos con Hank Martin, ya que Raoul Walsh le confiere vitalidad y desenfado, que se agudiza con el histrionismo de Cagney. Lo presenta en su primer encuentro con Verity (Barbara Hale) a quien, sin conocerla, le dice que se casará con él (y así sucede). En la siguiente escena se han casado y llegan al sur, a los pantanos donde la comunidad lo considera uno de sus miembros; lo considera amigo, vecino, alguien en quien confiar. Pero Hank no es de los suyos, es un león y, como gato salvaje, puede ser peligroso, y lo será, y también domado, como sucederá cuando su ambición desmedida, el creerse el más listo, su desconocimiento de los entresijos de la política o de los negocios de los que participará, lo convierten en un pelele inconsciente de serlo.



En un primer momento, sus prejuicios de clase parecen estar justificados, aunque, lo cierto, es que ningún prejuicio lo está. Aún así, asume el rol liberador, de justiciero, de faro para los oprimidos, asumiendo que los propietarios son sinónimo de injusticia social y que él lo es de justicia, como si esta fuera su exclusiva, y mostrando un comportamiento que apunta al de un tirano. La sensación de que Hank esconde otro rostro tras su sonrisa, empieza a asomar en la pantalla cuando lo hace su populismo y su afán de guiar al resto hacia donde desea conducirlos; aunque lo haga en nombre de esa justicia por y para los desheredados, pero, más allá de pronunciar palabras clave en el manejo de las masas, lo hace en su nombre.



Como apunté arriba, el colorido empleado por Raoul Walsh en A Lion Is in the Street se ajusta a la imagen del buhonero al que da vida James Cagney, al menos a la aparente; de igual modo que el tono desenfadado de la primera parte de la película apuesta por un tono cómico que desaparecerá a medida que la trama se transforme en drama político y social. Histriónico, visceral, pasional, Hank traiciona al hombre que presumía ser, pero que nunca fue, salvo en el engaño que quizá creyese cierto. Desde el primer instante, todos sus movimientos suenan exagerados, falsos, puede que calculados. Hay algo en él que no cuadra, hasta que se comprende que su motivación tiene como fin su éxito: el imponerse al resto. Si esto es así, su matrimonio, su relación con Flamingo (Anne Francis) o amigos como Jeff Brown (John McIntire) solo son medios para alcanzar dicho fin. Por lo que ya se disiparía la duda de si se trata de un soñador o de un mentiroso que vende sueños. Y como vendedor, Hank dice lo que los demás quieren escuchar. Pero los hechos, así como su transformación de supuesto paladín de causas nobles a implacable agitador totalitario, las disipan y muestran al hombre sin máscara, al megalómano que desata la tormenta que arrastra a la masa oprimida, a la que dice defender, con discursos y promesas que solo son parte de su feroz engaño.

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