domingo, 28 de marzo de 2021

School of Rock (2003)


La primera imagen que se recibe del personaje de Jack Black puede confundir o provocar la estampida de quienes lo encuentren odioso, infantil en exceso, exageradamente histriónico (esto no sería novedad), pero, quizá sea esa la primera impresión que School of Rock (Richard Linklater, 2003) pretenda generar para, desde el prejuicio, romper con la imagen inicial. A medida que su comportamiento se hace familiar, se comprende que no es una pose caprichosa, sino la consecuencia de su empeño de vivir el rock, sentirlo como parte de sí mismo, y hacer de él su medio de expresión frente al mundo. Cierto que Dewey Finn tiene otra edad física que la de los niños y niñas con los que formará su nuevo grupo, pero él sigue siendo un niño de diez años, quizá porque de modo inconsciente comprende y asume que a esa edad existe la posibilidad de cumplir los sueños. La infancia es la edad del todo es posible, mientras que el paso del tiempo, la entrada en la edad adulta, erosiona la posibilidad. Su negativa a entrar en el mundo adulto guarda relación con su creencia de que en la madurez los sueños se prostituyen, se olvidan o dejan su lugar a lo que algún iluminado llama realidad. Su oposición vital a la realidad adulta a la que se rinden Ned (Mike White) o la directora (Joan Cusack) de la escuela no es para el rockero que engaña, suplanta y ejerce de profesor en una escuela privada y elitista donde, al igual que el centro escolar de la dramática El club de los poetas muertos (Deads Poety Society, Peter Weir, 1989), la disciplina es su credo. Dewey Finn da un paso hacia su evolución personal, aunque lo hace obligado, para que no le echen del apartamento que comparte con Ned y con la novia de este, después de que lo echen del grupo de rock que había creado y en el que depositaba su sueño rockero. El resultado es su disfraz de adulto, de docente como medio para obtener su fin: el no rendirse, ni quiere olvidar que el rock no es una finalidad, ni una meta, es su esencia, su resistencia frente a las imposiciones que no contemplan la naturaleza de los individuos a los que exige renegar de sí mismos y convertirse en otros que no son ellos —no aquellos que querían ser, como sucede con Ned—; de modo que solo asume la identidad de su amigo para conseguir dinero que calme la tempestad que amenaza. Y así entra a formar parte de un colegio privado, elitista, donde prima la disciplina sobre cualquier otra circunstancia. Pero él, tras unos primeros días de recreo continuo, inicia un proyecto educativo fuera de lo común; que encuentra su eje en el rock y en ceder protagonismo a sus nuevos y nuevas colegas de banda.

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