martes, 30 de marzo de 2021

Stalingrado: Batalla en el infierno (1959)


Uno de los temas que Frank Wisbar apunta en Stalingrado: Batalla en el infierno (Hunde, wollt ihr ewig leben, 1959) no tiene que ver con la lucha que se desató en la ciudad a orillas del Volga, sino con la deportación de las mujeres rusas a Alemania —interés central de Mikhail Romm en su película Cheloviek n. 217— donde trabajarían como mano de obra esclava en hogares, fábricas y campos de trabajo. Esto se apunta al inicio, cuando el teniente Wisse (Joachim Hansen) observa a Katja (Sonja Ziemann) en la oficina de empleo y se enamora de ella. En ese instante, a la joven rusa no le preocupa el amor, le preocupa, y mucho, conseguir un trabajo para que no la deporten a Alemania, donde sabe lo que le espera. Gracias a la intervención del oficial, Katja logra su objetivo. Esta introducción sirve para señalar la generosidad del joven teniente, cuya intervención precipita que ella se replantee la idea inicial que tiene de él (comprende que no todos los soldados alemanes son iguales). Ambos se despiden en la estación que llevará al oficial a Stalingrado y solo volverán a encontrarse por un breve instante, entre las rutinas urbanas donde ella le devuelve el favor, pero donde también le dice que sus sentimientos son imposibles, pues son enemigos. Cierto que este tema es secundario, pero resulta acertado incluir tal circunstancia en un film que, sobre todo, expone tres perspectivas que representa en el mismo número de personajes: el teniente Wisse, entrenado en una escuela de élite y cuya ingenuidad le acompaña al inicio de su recorrido, cuando todavía cree en las mentiras que le han inculcado durante su formación; el comandante Linkmann (Wolfgang Preiss), la imagen de la cobardía y del supremacismo —siente despreció por sus aliados rumanos, a quienes considera inferiores y asume que no merecen recibir el armamento pesado que solicitan para defender la posición que los soviéticos no tardarán en atacar—; y el teniente coronel Kesselbach (Richard Münch), la experiencia y el escepticismo, suyas son las frases más críticas y reflexivas, también la conclusión final —<<culpable es cualquiera que haya podido impedir este desastre y haya participado en él>>— pues es quien, desde el principio de la película, comprende una realidad que al resto se le escapa: que la maquinaria alemana acabará explotando y dejará de funcionar. Solo es cuestión de tiempo que suceda, lo sabe; y el resto lo comprenderá en Stalingrado, en sus inmediaciones y en su centro urbano, en el infierno bélico que se desata entre julio de 1942 y febrero de 1943. La voz del narrador que al inicio introduce la situación, regresa minutos después para anunciar el comienzo del 19 de noviembre, una jornada decisiva en la que el ejército rojo lanza su ofensiva por los flancos, atrapando en un movimiento en pinza al Sexto Ejército, en teoría al bajo el mando del general Paulus (Wilhelm Borchert), aunque este se debe a las órdenes recibidas: permanecer en la ciudad y luchar hasta la victoria o la muerte.

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