Frente de Madrid (1939)
<<Y de pronto le dio la risa pensar que dentro de pocos años se harían en Hollywood películas sobre la guerra de España y que aquellos deportistas que en estos días se estaban tostando en la playa de Malibú o jugaban al golf en Bel Air, representarían soldados españoles como él y sus camaradas, y bajarían de sus magníficos coches ante el “bungalow” del estudio, donde les esperaría una camisa azul como la suya, manchada de barro por el director artístico y rota por el mejor sastre del país, para vivir bajo los arcos eléctricos unas horas de aventuras guerreras, probablemente más espectaculares que las que estaba él viviendo en la realidad>>. El narrador del relato Frente de Madrid o Edgar Neville, su autor, por medio del narrador, describe una idea que pasa por la mente de Javier, su protagonista. No es su intención, pero nos está confirmando la insalvable diferencia entre realidad y representación cinematográfica. Su pensamiento sabe que el cine es la irrealidad o la recreación de la realidad, y que lo que se hace pasar por real no deja de ser una puesta en escena que adultera, omite, añade, tergiversa, fantasea. Lo que se ve y escucha en pantalla, las palabras atribuidas a los personajes o el cómo se cuentan las historias transmiten ideas y, en ocasiones, según qué fines, transformadas en propaganda.
Toda propaganda presume de verdad, para esconder su mentira. Y hay presunción por parte de Neville, de estar en el lado justo, no disimula su partidismo, pero entiende que tocaba reconciliarse —algo que las máximas autoridades del régimen no comprendieron así. <<La hice lleno del entusiasmo que teníamos todos en abril del treinta y nueve y la traje a Madrid con la mayor ingenuidad y comencé a encontrar tropiezos, pegas, a tener que cortar esto y aquello y a descubrir que la vida en el frente no era, por lo visto, como la recordábamos los que la habíamos vivido, sino como querían que fuese gentes que no se habían asomado al él>>. Quizás no gustase que Frente de Madrid fuese menos agresiva en su manipulación ideológica que otras producciones de la época —su rodaje se realiza el año en el que se pone fin a la Guerra Civil, el año de celebrar la victoria de unos y la represión sobre los otros—, aunque eso no evita que Neville insista en las bondades y heroicidad de la pareja protagonista y en el peligro diabólico de los “rojos”. Es la parte que peor funciona del film, la de mayor impostura, junto la presencia forzada de los agentes comunistas y anarquistas al inicio del film, cuando reparten armas antes de que estalle el conflicto y, sin expresarlo, los señale como los responsables de la guerra. Lo más interesante reside en la exposición que realiza del frente, su perspectiva humana, la camaradería entre pausas y fuego de mortero, minas y tableteos de ametralladoras. Le interesan los amigos o las voces que, de un bando a otro, intercambian recuerdos y preguntas sobre viejos conocidos. Son vecinos y enemigos, habitantes de dos bandos separados por tierra de nadie y también de todos. Los momentos en el frente son los más interesantes —rodados por entero en decorados construidos en Cinecittà— y recrean un espacio de edificios destrozados por las bombas, de escombros que sirven de parapetos y de túneles donde podría explotar una nueva mina. Pero la acción, gran parte, se desarrolla en Madrid capital —también de decorado—, donde, debido al conflicto, no predomina el costumbrismo, ni el casticismo ni el folclore popular que campan a sus anchas en la filmografía de Neville; aquí los minimiza, pero echa mano de ellos y de su ironía en cuanto puede.
Un año antes de Frente de Madrid (1939), Neville había filmado el cortometraje documental La Ciudad Universitaria (1938), título que señalaba la posición del frente madrileño, donde el avance de las tropas sublevadas se vio frenado por las republicanas. En esa zona, se fijó el combate. Allí, Alfredo (Fosco Giachetti o Rafael Rivelles, según sea la versión italiana o la española), el Javier literario, convive con sus camaradas, intercambia disparos y palabras con los de enfrente y añora a su novia, hasta que le ordenan cruzar las líneas. Lo hace por el túnel del alcantarillado, con la misión de contactar con Amelio (Juan de Landa), uno de los jefes de la quinta columna que aguarda indicaciones en la capital, donde también espera Carmen (Conchita Montes, en su primera aparición en la pantalla). Los simpatizantes falangistas y demás “nacionales” que quedan en Madrid se ocultan en casas, locales e incluso se infiltran dentro de las organizaciones comunistas y anarquistas que controlan y patrullan la ciudad. Otros están presos, pero no todos como aparentan. Resulta curiosa la escena en la que conducen a dos presos “nacionales” ante Amelio, que asume como tapadera el cargo de comisario “rojo”. También está Alfredo y, en cuanto se quedan los cuatro a solas, dejan de fingir y se recrean, sirviéndose jamón y cerveza, satisfechos de su engaño y de su labor. Obviamente, como película de propaganda, Frente de Madrid omite, interpreta y simplifica al servicio de la idea o ideas que pretende introducir entre las imágenes, que, sin disimulo, son partidistas y reparten heroísmo y victoria en un bando, mientras que al otro no le dejan ni las migajas, salvo al final, cuando uno de cada lado se reconocen en su origen y se acercan en su humanidad —y esto, según parece, fue lo que no gustó a los censores—, abriendo una vía hacia la reconciliación, pero una vía determinada —como queda claro en el relato. De hecho, hay que pesar en lo complicado que resulta juzgar películas propagandísticas como esta de Neville, o la falangista Rojo y negro (Carlos Arévalo, 1940), las franquistas Raza (José Luis Sáenz de Heredia, 1941) o Sin novedad en el Alcázar (Augusto Genina, 1940), con perspectiva crítica, sin caer en lo fácil y simplista, pero, para ello, habría que distanciarse de la época y eso era algo imposible para el público de entonces. En definitiva, la propaganda que funcionaba ayer, no sirve para hoy, porque hoy se reconoce aquella manipulación, pero ¿y la de ahora? ¿Sabemos o queremos reconocerla?
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