sábado, 13 de marzo de 2021

Canoa (1975)


En Fuenteovejuna, Lope de Vega describe un hecho ficticio, aunque posiblemente encontrase su inspiración en la realidad. Felipe Cazals hace referencia a esta famosa comedia de Lope, al incluir una cita, pero, además, le sirve para señalar que el enfrentamiento que se produce en la obra del dramaturgo es ficción, mientras que el múltiple linchamiento que él va a representar en su película sucedió en la realidad. El texto de Lope desaparece para dejar la pantalla en negro. Se escucha el timbre de un teléfono, se inserta un nuevo rótulo, en esta ocasión para advertir que la historia que sigue <<sí sucedió>>. Segundos después de confirmar que se trata de un hecho real, acontecido en 15 de septiembre de 1968, las primeras imágenes de Canoa (1975) descubren una oficina y un periodista, que escucha la voz al otro lado de la línea telefónica. Teclea en su máquina de escribir la noticia que le dicta, una que habla de un grupo de turistas, empleados de la Universidad de Puebla, atacados y masacrados por los habitantes de San Miguel de Canoa. Su compañero del otro lado, fuma, lee sus apuntes y explica que los del pueblo creían que las cinco víctimas eran universitarios. No pretende excusar a los agresores, constata una confusión que tiene su origen en la ignorancia y los intereses que se apuntan en la reconstrucción previa a la barbarie. Entonces, se comprenderá que las fuerzas vivas y reaccionarias del pueblo toman comunista, demonio y universitario como sinónimos; así lo asumen, y así lo comunica el párroco a su gente.


Las imágenes abandonan la redacción del periódico. Ha cumplido su función informativa y Cazals cambia de registro narrativo. Ahora asume un tono documental, para acceder al espacio donde se produjeron los hechos. Un narrador explica las características geográficas y da voz a un personaje que asume la función de guía, de tal modo que la realidad se intensifica gracias a la doble presencia: la voz del narrador y el vecino de San Miguel de Canoa que explica la pobreza, el dominio del párroco sobre la población y otras características del lugar. Así, la realidad y la representación se confunden para ofrecer la información que nos sitúa y nos familiariza con el entorno, pobre, donde la mayoría son analfabetos o semianalfabetos, lo que posibilita un mayor control por parte de la minoría privilegiada. Estos primeros minutos de
Canoa se desarrollan cual documental, pero no tarda en producirse un nuevo cambio de tono. Del cine de investigación periodística apuntado por la presencia del periodista se pasó al documental y ahora le toca el turno a la reconstrucción ficcional de los hechos y, para ello, la acción se traslada a Puebla, días antes del crimen. Se presenta a las cinco futuras víctimas —aunque ya lo fueron, al ser la crónica de un tiempo pasado—, preparándose para la excursión que les acercará hasta Canoa, pero también se aprovecha ese instante urbano para introducir cotidianidad, conversaciones, el desconocimiento de los cinco amigo del Movimiento Estudiantil Popular y su desinterés por cuestiones políticas. Nada saben de enfrentamientos ideológicos, lo ignoran todo, salvo que quieren divertirse escalando La Malinche, uno de los volcanes próximos al lugar donde solo un hombre y su familia se muestran amables —y pagarán un alto precio por ello. En una línea que me trae a la memoria la también cruda y contundente crónica Operación Masacre (Jorge Cedrón, 1972), el film de Felipe Cazals reconstruye minuciosamente un hecho real que detalla no solo el suceso en sí, sino cotidianidades, causas y, de manera impactante, la brutalidad de la masa desatada y sedienta de sangre, hombres y mujeres, todas y todos por igual: persiguiendo, cercando, golpeando, insultando, mutilando, matando. Canoa es la crónica de una masacre, y también de la miseria humana, de la manipulación y de la ignorancia, pero la detalla de forma curiosa, pasando por el falso documental hasta el cine de terror, pues las escenas nocturnas en el pueblo, con la lluvia y el rechazo de los habitantes, la voz femenina que advierte al resto que han llegado bandidos, unido a la certeza de que algo va a suceder, aunque no cuándo, ni cómo, genera desasosiego y, por instantes, la tensión que precede a la doblemente terrorífica acción del vulgo y de sus guías, del pastor y su rebaño, doble en su representación en la pantalla y en la memoria que recupera para cualquier presente el horror real que se produjo aquel 15 de septiembre.



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