miércoles, 3 de abril de 2024

Silvio (y los otros) (2018)

Retrato alucinado de Paolo Sorrentino de la Italia de inicios de siglo XXI (año 2000), con un Tony Servillo desfasado dando vida a Silvio Berlusconi o quizá comedido, puesto que el personaje real que inspira al cinematográfico es imposible de abarcar salvo desde la caricatura, el sensacionalismo del que fue impulsor y el histerismo de una posmodernidad en la que nada permanece y en la que todo vale para alcanzar el placer y el poder. Ese personaje no solo inspira a Sorrentino para realizar Silvio (y los otros) (Loro, 2018), la miniserie de dos episodios y la película que realizó a partir de aquella, con un montaje cercano a los 150 minutos, sino a Sergio (Riccardo Scamarcio), el arribista de Tarento que ve en la nalga de Cándida (Carolina Binda), la “escort” a quien representa, el tatuaje del magnate y político. Es un instante crucial en el que, aparte de profundizar en el asunto que se trae entre manos, Sergio decide abandonar una localidad que siente que le queda pequeña e ir a Roma, para conocer a esa figura a la que desea arrimarse. Sabe que allí, en la capital italiana, se hacen los mejores chanchullos del país, los más lucrativos negocios, aunque también comprende que pueden hacerse de modo más lúdico y refrescante, e igual de psicotrópico, en la lujosa costa de Cerdeña donde el ex presidente tiene su residencia de verano.

La política, los medios de comunicación, la corrupción, las drogas, los cuerpos, el engaño, la mentira, los excesos y el sexo asoman por la pantalla a alta velocidad, la generada en la sala de montaje y que marca el ritmo de un film visualmente acelerado, aceleración que remarca el estado general de la sociedad del bienestar y de los personajes, sean él, Él, o ellos, ellas, que semejan salidos de un reality producido y emitido por una de las cadenas de Berlusconi, quien no fue el inventor del populismo y del sensacionalismo televisivo, la telebasura dominante que invade los hogares de medio mundo, pero sí uno de sus grandes valedores y distribuidores… Ese tipo, más bien su alter ego en Silvio (y los otros), película en la que todo y nada remite a la realidad mundana para crear su verdad artística, es a quien un ambicioso cualquiera como Sergio aspira a conocer, para que le abra las puertas del paraíso y de las riquezas logradas a base de saltarse la legalidad. Para ello, Sergio invierte todo su dinero en seducir, a base de regalarles cocaína y promesas, a las jóvenes más hermosas y dispuestas de Roma, a quienes  invita a Cerdeña, a la mansión próxima a la villa de Silvio, pues el tarentino sabe lo mucho que a este le gustan las fiestas y el sexo. La historia propuesta por Sorrentino, también autor del guion junto con Umberto Contarello, se centra en un instante puntual en la vida de Berlusconi, un superviviente, un hombre espectáculo, un vendedor, un rostro de varias caras, cuando este ya no está al frente del gobierno de Italia y las sospechas de ilegalidades y contactos con la mafia durante su mandato se suman a la crisis matrimonial que vive al lado de Verónica Lario (Elena Sofia Ricci), su segunda mujer y con quien mantiene una escena íntima que desvela aspectos de una personalidad compleja e inestable en su necesidad de ser el centro de atención y poder, una que siempre intenta ocultarse en el personaje…



No hay comentarios:

Publicar un comentario