Las relaciones imposibles vertebran la obra cinematográfica de Ang Lee, un cineasta que no suele pecar de sensiblero a la hora de exponerlas en la pantalla. Insiste en esa imposibilidad en Tigre y dragón (Wò hǔ cáng lóng, 2000), incluso en Hulk (2003), y se hace más evidente en Brokeback Mountain (2005), debido a la época y el espacio en la que se desata y se desarrolla la pasión entre Jack Twist (Jake Gyllenhaal) y Ennis del Mar (Heath Ledger), que se inicia en 1963, en Signal, Wyoming, durante el verano en el que ambos trabajan de ovejeros. Se trata de un entorno rural a años luz de lo que podrían ser las grandes urbes cosmopolitas como Nueva York o San Francisco, un medio exigente, conservador, hermético, silencioso y represivo. Es el de los vaqueros, pero no por sentir mutua atracción, Jack y Ennis dejan de ser profesionales de un oficio exigente y solitario que les acerca a la intimidad que comparten en la montaña. Son dos personas del mismo sexo que se atraen en un marco espacio-temporal que les aísla del psicológico (individual y social) que les desubica y potencia el conflicto interno-externo, el cual se agudiza en Ennis y que depara que no logren la plenitud en ese Wyoming bajo el cielo que comparten. Cuando menos, la homosexualidad fuera de la montaña es un tabú que mantener en la sombra; tal como hace el rebelde confederado al que da vida Tobey Maguire en Cabalga con el diablo (Ride With the Devil, 1999), el anterior western dirigido por Lee, quien tiene claro que su película <<es una historia de amor épica>> y que le <<resulta irrelevante que se trate de una relación homosexual>>; (1) pues al cineasta le daría igual una heterosexual, como sucede en Tigre y dragón, lo que resulta relevante es el lazo entre dos personas que se encuentran incompletas en la distancia que les separa.
Los intereses principales de Lee son, a mi entender, el amor y la intimidad de sus personajes, condicionados por el medio, la homofobia, el aislamiento, el mutismo y por sí mismos… De modo que solo pueden ser amantes clandestinos; no pueden vivir libremente sus sentimientos recíprocos, ni su pasión, al tratarse de un amor homosexual en el oeste norteamericano: un espacio acotado y que se supone viril, aunque daría igual que fuese en el medioeste o en cualquier lugar cerrado (psicológicamente) y anclado en un pensamiento intolerante con cuanto escapa a sus patrones de conducta. El medio lo rechaza, lo toma como una anomalía —Ennis así lo siente, al vivir más condicionado que Jack— de modo que la cercanía que comparten cuando se aíslan en su montaña no puede exteriorizarse fuera de los límites de la intimidad cercada, ni ir más allá de esos instantes compartidos que ambos saben efímeros, limitados por el deber de regresar a las cotidianidades donde se casan y viven en la insatisfacción y la resignación de formar parte de la mentira de la que se habían liberado en las montañas de Wyoming aquel verano del 63 que intentan revivir en posteriores y breves encuentros, a lo largo de veinte años, con la naturaleza, el horizonte y los ojos indiscretos y censores de Aguirre (Randy Quaid) como únicos testigos de aquel primer momento compartido que marcará las existencias no solo de los dos vaqueros que no pueden olvidarse…
(1) Ang Lee, de la entrevista de Rubén Amón publicada en El Mundo, el 3 de septiembre de 2005.
No hay comentarios:
Publicar un comentario