jueves, 25 de abril de 2024

El arte de la ilusión y el engaño

Existen muchos tipos de actuaciones, aunque, dejándonos de cuentos y siendo precisos, se reducen a dos: las buenas y las malas, quizá también habría un espacio para una tercera, que sería la mediocre. Más allá de llevar a buen o mal fin el engaño, los métodos solo son prácticas que sirven a unos y no a otros. Hay quien los rechaza y quien los acepta. Luego está el talento natural para la actuación, el gusto de mentir y crear así otras posibilidades. Gassman se consideraba un “mentiroso” y, tanto en cine como en teatro, lo demostró con creces. Hay quien dice que no hay mejor actor que un niño. Lo dudo, el mejor es el timador, sin distinción de edad, religión, ideología y sexo. También existe quien no precisa actuar para crear una imagen y convertirse en icono; si van a Marruecos, pregunten a Gary Cooper o a Marlene Dietrich. En cine, existen actores y actrices que enamoran a la cámara y, desde la fantasía y personalidad creadas por la ilusión óptica, al público; incluso siendo inexpresivos o exagerados en el arte de actuar. Pues actuar es arte, el de crear la ilusión que otros acabarán creyéndose. Es decir, estamos ante un timo al que sucumbimos con gusto, porque queremos algo que nos ofrece, o el que descubrimos, porque lo que ofrece no está a la altura de lo que esperamos. Mirando cine encuentro del tipo Marcello Mastroianni, sin clases teóricas de actuación a sus espaldas, pero convencido de estar jugando en cada personaje recreado. Lo que parece divertir al italiano es que comprende que su personaje solo es eso y hay que recrearlo. Ese es su trabajo; dicho de otro modo, le pagan por jugar a ser fulano, mengano, zutano o Sostiene Pereira.

No entiendo muy bien eso de actuaciones realistas. Chaplin no era nada realista y su cine y su personaje transmitían (y transmiten) verdades de esas que se dicen “como puños”. En todo caso, hay clara diferencia entre la actuación y la realidad. Actuar implica mentir, engañar, crear ilusión de vida; mientras que la realidad existe de por sí, aunque sea adulterada por cada mente que la siente. En teatro la exageración, incluso la contención de la misma, es artificial, pero no por ello ha de dejar de ser creíble, ni de ser verdadera la sensación que nos transmite la actuación y la puesta en escena. Pero hay algo más, la necesidad de creer del público, su complicidad consciente o, aun mejor, de forma inconsciente. Pues ¿quién no se ha dejado llevar a una Verona imposible, a la “dacha” de Vania en la calle 42 o en el teatro del colegio, o a cualquier otro decorado escénico donde alguien represente? En cine, los términos realista y realismo son engañosos, y pueden llevar a engaño; acaso ¿también las etiquetas timan? Por ejemplo, dudo que haya actuaciones más sobreactuadas que algunas del neorrealismo, incluso las voces no eran las de los actores y actrices, sino que se sincronizaban durante el montaje, pero no por ello dejamos de creer las situaciones y las emociones representadas. Queremos creerles, porque quizá necesitemos esos engaños y reflejos para salir de la realidad y llegar a otras verdades a través de la mentira, de la actuación y del engaño que pasa por realidad. O quizá, viajando a Hollywood, todo gire en torno a una campaña publicitaria que saben vendernos; y ya en casa, puede que al escapismo y al deseo reconocernos en héroes y heroínas imposibles, también en antihéroes, villanos y vampiresas, en mujeres fatal o de hace un millón de años, en payasos y en marionetas, en maquinistas, vagabundos, gordos y flacos, rubias platino, piratas, samuráis, apaches, pistoleros o miembros de algún grupo salvaje, rebeldes sin o con causa, buscavidas, perdedores e ignorados habituales, quizá en mi tío o en aquel bendito don Anselmo, emperrado con su dichoso cochecito; de dicha para él y también para nosotros, sus cómplices a este lado del engaño…



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