martes, 16 de abril de 2024

La carpa de circo (1978)

Como muestran Jacques Tati al inicio de Día de fiesta (Jour de Fête, 1949) y Octavio Cortázar en Por primera vez (1967), la llegada de los feriantes al pueblo lo cambia todo. La monotonía desaparece y la ilusión parece adueñarse del lugar. Las atracciones y la fiesta forman un instante efímero, vivido a flor de piel, que en manos de Tati ofrece comedia y en las de Cortázar un instante de descubrimiento y de emoción para quienes, por primera vez, contemplan la magia del cine. Ambos son films diferentes, pues no todas las películas lo son. La mayoría repiten patrón, temas y formas; Día de fiesta y Por primera vez, no. Prestan su atención al lado humano, es decir, sus historias son las personas. Lo mismo podría decirse de La carpa de circo (Thampu, 1978), en la que Govindan Aravindan, su director y guionista, también escapa de lo convencional, se distancia de modas y del gusto mayoritario, construye y documenta instantes cinematográficos y humanos dentro y fuera del circo que levanta su carpa y delimita su pista para mayor regocijo de los habitantes de Thirunavaya, localidad situada en el estado de Kerala (India), a orillas del Bharathapuzha, cuyas aguas la bañan, pero no se detienen.

En su aparente quietud, transcurren y fluyen como la propia vida, siempre en fuga, condenadas a no poder repetir su tránsito. Tal fluidez sin retorno también se descubre en la vida humana, que suma momentos y relaciones condenadas a la transitoriedad. La carpa de circo no lo dramatiza, ni crea ficción ni comedia para demostrarlo o hacerlo comprensible, capta momentos vivos —los rostros atentos, sorprendidos, emocionados, alegres del público dependiendo de los números circenses, la expectación, los silencios o las risas que generan la cabra equilibrista o los payasos, respectivamente — al tiempo que genera sensaciones, crea poesía del instante, por ejemplo en la unión del río, la música, el atardecer y la presencia humana, y ofrece la oportunidad de descubrir el circo no como espectáculo, sino como la experiencia vital y emocional de distancias vivas que se acercan y reaccionan ante los números circenses que disfrutan durante la estancia de la troupe que, por unos días, rompe la monotonía local. La presencia del circo crea un espacio entre la cotidianidad de los habitantes del lugar y la excepcionalidad (quizá rutina para los profesionales circenses) que cohabitan tanto en nuestra vida como en la que asoma en la pantalla. Las tres películas nombradas documentan el espacio humano, cultural, físico, se detienen en los rostros y captan la naturalidad de los comportamientos, aunque solo la de Cortázar es un documental propiamente dicho. Tati se decanta por la comedia e ironiza sobre la modernidad y sus prisas, pero queda para la posteridad la vida de la aldea, mientras Aravindan intenta atrapar detalles, sensaciones, entre la quietud y musicalidad del momento, y emociones que surgen y fluyen en el instante, emociones que también pueden descubrirse en los films de Tati y Cortázar, lo que vendría a corroborar que las emociones humanas no tienen fronteras, ni políticas ni geográficas.





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