<<Un Baroja que no es Baroja y un Sender que tampoco es Sender, Arturo Barea logró un libro único, en un estilo directo, fibroso, realista, fuerte, melancólico, que no evita las palabras coloquiales y hasta el madrileñisno… En cierto modo, La forja de un rebelde es la obra excepcional de alguien que luchó por un mundo mejor, que no llegó a conocer.>> (1)
Hay figuras que destacan y/o saben hacerse destacar, este sería el caso del novelista y ensayista Arturo Barea (Madrid, 1897 - Londres, 1957), que novelizó su vida en la trilogía autobiográfica La forja de un rebelde, la cual vería la luz en inglés, gracias a la fluida traducción de Ilse, su mujer, y, posteriormente, en 1951, en castellano, en una edición que se publicó en Buenos Aires. Cuatro décadas después, su novela daría pie a la serie de televisión homónima dirigida por Mario Camus, un cineasta que, concesiones a la industria aparte, siempre se mostró interesado por personajes de condición humilde, luchadores condenados a seguir luchando o a morir en el intento. Dicho interés lo anuncia desde sus primeros trabajos —Los golfos (Carlos Saura, 1959), de la que fue coguionista, Los farsantes (1963), su primer largometraje, Young Sánchez (1964) o Con el viento solano (1966)—, Los santos inocentes (1984) lo confirma y La forja de un rebelde (1990) lo reafirma en cada uno de sus seis episodios, de alrededor de hora y media de duración. El formato televisivo, su amplitud temporal, posibilita la adaptación de las tres partes de la novela, dos de las cuales Barea dedica a su infancia (La forja) y juventud (La ruta), siendo la tercera (La llama) la que se centra en la guerra civil, aunque el escritor es consciente de que el conflicto se va gestando ya desde el inicio.
Camus asume la serie como una película de larga duración que empieza en Madrid, en 1907, cuando Arturo es un niño de casi diez años que acude a la escuela de los escolapios, la Orden Religiosa fundada por José de Calasanz en 1617 y dedicada a la educación infantil y juvenil. Ese contacto con la escuela, con los religiosos, con sus familiares en distintos pueblos y con el viejo maestro de pueblo (Manuel Aleixandre), con el momento en sí, en ausencia o compañía de su madre, marcan su infancia, la cual no es necesario insistir que resulta de vital importancia, pues, en ella, Arturo empieza a ser consciente de las diferencias sociales y económicas, se plantea dudas y madura su capacidad de abstracción. En ese instante luminoso de su vida, abierto al descubrimiento del entorno y, de modo iniciático, a cuestionarlo, se forma y va determinándose su carácter individual, social, rebelde, anticlerical, anticlericalismo (que no ateísmo) hacia el que le empujan curas como el padre interpretado por José Luis López Vázquez, un extremista que reprime, castiga y censura a sus alumnos; sobre todo en la escena en la que el religioso descubre la edición de Eugenia Grandet que a Barea le ha comprado su tío. En ese instante, el cura no condena a Honoré de Balzac, el autor de la novela, condena a Vicente Blasco Ibáñez, su editor en castellano. Como autor y editor, también como persona, el cura rechaza al novelista de La barraca y anima a los niños a destruir cualquier libro del valenciano y de otros autores que el escritor de Cañas y barro haya publicado; en realidad, está indicando que quemen cuando no encaje en su orden. En ese momento, la mirada del niño Arturo es elocuente, más si cabe cuando escucha su castigo: permanecer de rodillas en clase durante un mes. Por contra, descubre mayor tolerancia, comprensión y filosofía en el sacerdote que encarna Angel de Andrés López, quien apoya el paso que el niño da en el segundo episodio: iniciar su vida laboral. Todas esas influencias que recibe son determinantes, algunas las rechaza, otras las hace suyas, pero a él corresponde caminar por un periodo inquieto que abarca hasta la guerra civil, conflicto que Barea no vería concluir en España, al exiliarse a mediados de 1938, <<presa de la depresión y la neurastenia que le habían causado los bombardeos y el trabajo como censor de periódicos>>. (2)
(1) Luis Antonio de Villena, del prólogo de La forja de un rebelde. Biblioteca El Mundo, Bibliotex, Barcelona, 2001.
(2) Andrés Trapiello: Las armas y las letras. Literatura y Guerra Civil (1936-1939). Austral, Barcelona, 2011.
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