jueves, 11 de abril de 2024

Infiel (2000)


Alcanzó fama mundial a raíz de sus personajes en películas de Ingmar Bergman, pero Liv Ullman es más que un rostro en la pantalla y en el cine de Bergman. A principios de la década de 1980, la famosa actriz decidió dar el salto a la dirección; e hizo bien atreverse, pues, aunque no han sido muchas las ocasiones en las que ha dirigido —cinco largometrajes y dos fragmentos en películas de episodios—, al menos tres de sus películas, Kristin Lavransdatter (1995), Encuentros privados (Enskilda Samtal, 1996) e Infiel (Trolösa, 2000), apuntan que hay detrás de las imágenes una cineasta con ganas de contar historias, abordar conflictos e interioridades, indagar en sus personajes. Algunos de los aspectos y temas de estas películas pueden encontrarse en el cine de Bergman; sobre todo, en dos de ellas. Por otra parte, esto no sorprende, ya que Bergman es el autor de los guiones de las dos ultimas nombradas; además, parece evidente que las influencias cinematográficas más cercanas para Ullman son las del director sueco, con quien trabajó en numerosas ocasiones y con quien inició una relación personal durante el rodaje de Persona (1966). Sus films guardan un estrecho vínculo formal, emocional e íntimo con el cine de su “maestro”.  Incluso podría decirse de Infiel que es una película de dos mentes: su guionista y su directora, la suma de ambas, mas, aunque el personaje de Erland Josephson se llame Bergman, no hay que verlo como un reflejo fiel del director, de ahí que Infiel cobre doble sentido: la infidelidad en las relaciones que se proyectan en la pantalla y a la realidad del otro lado, que es una infidelidad siempre presente en el cine, pero, en ningún caso, puede hablarse de traición, pues el cine solo (se) traicionaría de pretender suplantar la vida. Se trata de personajes de ficción, que sufren aflicción y culpa; del mismo modo que la historia narrada por Ullman se basa libremente en experiencias quizá reales, quizá fantaseadas. En cualquier caso, la influencia existe y no por ello pierde, ni le resta mérito a la cineasta, pues Ullman es consciente de quién es. No es ni quiere ser Bergman; y de quererlo, no podría. Son dos sensibilidades distintas, difieren igual que lo hace su modo de mirar las relaciones y de expresar las emociones, la soledad, los fantasmas y las culpas. Es como si Bergman (su cine) necesitase ser reflexionado desde fuera, y Ullman precisase su propia reflexión cinematográfica sobre qué es la infidelidad, a quién se debe y quién es infiel, el dolor que implica y él descubrir aspectos velados de uno mismo y de los otros. Ullman desnuda emocionalmente a sus personajes y crea un film donde el dolor, el recuerdo y el proceso creativo cobran palabra e imagen…


La actriz se había puesto detrás de las cámaras por primera vez a principios de los años ochenta, en Love (1982), en la que realizó uno de sus episodios. El resto corrió a cargo de Annette Cohen, Nancy Dowd y Mai Zetterling, mas no sería hasta diez años después cuando realizó su primer largometraje propiamente dicho: Sofía (1992). En él contaba con la participación en el reparto de Josephson, actor reconocible en el cine de Bergman y con quien la actriz había compartido escenas matrimoniales en la televisiva Secretos de un matrimonio (Scener ur ett äktenskap, 1973), con la que Infiel guarda relación. Como en aquella, Infiel cuenta con personajes emocionalmente contenidos, en los que Ullman profundiza y desnuda para exteriorizar la intimidad e interioridad que arranca de la imaginación de Bergman (Erland Josephson), un personaje que en la soledad de su estudio evoca a la figura de Marianne (Lena Endre), quien se materializa para narrarle su relación con dos hombres, una que deriva en tortuosa —ella habla de angustia y culpa—, que se desarrolla desde el presente de sus palabras y desde el pasado que muestran las imágenes que la descubren casada con Marcus (Thomas Hanzon) y enamorada de David (Krister Henriksson). Ya desde su inicio, Infiel desarrolla un drama en el que las elecciones de los personajes marcan el devenir de los hechos que Bergman escucha intrigado, afligido, conmovido, como si fuera parte interesada de los mismos, pues, al tiempo que Marianne desnuda su interioridad, indirectamente desnuda la de Bergman, quien pregunta y la escucha. El rostro de director delata sufrimiento, quizá esa misma experiencia que fantasea y escucha le recuerde la propia, aquella que inspira las palabras de la aparecida, quien quizá se presente para salvar al veterano realizador, que vive rodeado de soledad, podría decirse que incluso aislado, que recurre a la compañía de fantasmas de la mente, espectros, reflejos, caras y aflicciones del pasado que le permiten un proceso creativo, a la par que introspectivo, emocionalmente complejo y angustioso: el del artista frente a sí mismo…



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