Resulta imposible precisar cuándo se produjo el primer timo, pero no cuesta imaginar que sería prácticamente al inicio de la evolución humana, cuando ya desarrollada su capacidad de pensar, el ser humano ideó sus primeros engaños con los que embaucar al prójimo y sacar partido. O quizá el primer animal que perpetró el primer timo fuese la serpiente que sedujo a Eva con la manzana y la promesa de una vida mejor que la de ser prisionera en el Paraíso. Lo cierto es que tampoco importa demasiado quién, cuándo y dónde, importa el para qué se tima y tal interrogante tiene una respuesta inmediata, de tan conocida. El tiempo permitió nuevas opciones, así como sofisticar los métodos de engaño, pero quien tima siempre se basa en lo mismo: la ambición y la credulidad de las víctimas, las cuales también pretenden un beneficio en la compra venta de humo propuesta por quien embauca; de ahí su disposición a ser seducidos y engañados. ¿Esto quiere decir que existe en cada uno de nosotros un timador en potencia? Es probable, incluso también lo es que nos timemos a nosotros mismos para sentirnos mejor, pero esa ya sería otra historia. La de los vendedores de humo, estafadores, charlatanes, embaucadores y demás familia asoman en la pantalla en gran número. Las hay para aburrirse y también para divertirse, basadas en tipos reales y en personajes inventados; en todo caso, vistos a través del objetivo de la cámara, son fruto del cine y no de la realidad que representan películas como Atrápame si puedes (Catch Me If You Can, 2002), en la que Steven Spielberg se divierte jugando al gato y al ratón con sus dos personales principales. O dicho de otro modo, Spielberg hace una comedia con el poli pisando los talones de su héroe y timador…
Los títulos de crédito que abren Atrápame si puedes se inspiran en Saul Bass —al menos, esa fue la primera impresión que me produjeron— y sus colaboraciones con Hitchcock, un cineasta que supo como ninguno desarrollar en pantalla charadas e intrigas con las que jugar y engañar al público. En eso, Hitchcock era un “timador” cinematográfico de primer orden, pues sabía lo que el público quería, o hacía que lo que él tenía que venderles lo fuese, y se lo daba. Eso intenta hacer Spielberg desde su debut en el cine: vender entretenimiento, ritmo, historias que conecten con el público y que no le exija más de lo que este (y quizá él mismo) pueda dar. Como buen timador cinematográfico, Spielberg vende aquello que haga sentir al respetable un rato de emoción y diversión incluso en sus películas más serias, que no es el caso de esta comedia policíaca escrita por Jeff Nathason a partir del libro biográfico de Frank W. Abagnale y Stan Redding. El héroe de Spielberg no vende la Torre Eiffel dos veces, tal como hizo Victor Lustig, pero sí hace de las suyas engañando durante varios años, entre 1964 y 1967, cuando se ganó la vida timando al por mayor con cheques de viaje falsos —en el show televisivo que sigue a los créditos, se dice que cobró más de cuatro millones de dólares en cheques falsos—. Su nombre es Frank Abagnale, Jr. (Leonardo DiCaprio) y su historia arranca cual reality televisivo para dar paso al recorrido por el pasado durante el cual juega al “pilla-pilla” con el agente federal Carl Hanratty (Tom Hanks), incansable en su labor de pisarle los talones, siempre a punto de atraparle, pero, hasta 1969, siempre un paso por detrás…
Que gratificante ensayo gracias Toño , me viene a la cabeza de 1961 The Great Impostor con Tony Curtis que es muy buena pero esta versión nueva es mejor. El maestro Spielberg es genial.
ResponderEliminarGracias, Marcelo. La de Robert Mulligan la recuerdo entretenida, pero hace años que la vi. Quizá sea el momento de volver a verla. Gracias por recordarla
Eliminar