viernes, 8 de marzo de 2024

El destino de un hombre (1959)

Cuando se pasó a la dirección ya era uno de los actores más reconocidos de la pantalla soviética, pero fue siendo director que se dio a conocer internacionalmente en occidente, gracias sobre todo a su lujosa versión de Guerra y paz (Voyna i mir, 1965). Pero antes de realizar su adaptación de Tolstoi, Sergei Bondarchuk debutaba en la dirección con un estilo menos pretencioso y más introvertido, aunque igualmente ambicioso en su intención de crear poesía y emocionar. El ucraniano abre su primer film tras las cámaras con una panorámica circular que muestra el espacio campestre que rodea al estrecho camino de tierra que encuadra en la imagen inicial. A esa misma senda regresa tras el giro de 360 grados; en el momento en el un hombre y un niño caminan por él. El adulto es Andrei Sokolov (Sergei Bondarchuk), el niño, Vanyushka (Paulik Boriskin), y el tiempo es la posguerra. Vagan por el país, pero se detienen a la orilla de un río. Entonces, en compañía del barquero, que aguarda a que le reparen su barca, el adulto se pregunta qué arruinó su vida y recuerda… Cuenta que luchó de lado del Ejército Rojo en la Revolución, que sobrevivió a la hambruna del 22 y que, al regresar a su hogar, toda su gente había muerto de hambre. La historia de El destino de un hombre (Sudba Cheloveka, 1959) retrocede a ese instante. Las imágenes que se observan son las del pensamiento de Sokolov, él es la conciencia y la mente de este film basado en un relato corto de Mikhail Sholokhov, escritor a quien Bondarchuk volvería a adaptar en Lucharon por su patria (Oni srazhalis za rodinu, 1975). Muestran el rostro de una mujer, con quien se casaría y con quien tendría dos hijas y un hijo, pero a quienes debe abandonar cuando estalla la guerra, pues parte para el frente donde cae prisionero del ejercicio invasor alemán. Como el resto de cautivos, Sokolov es mano de obra esclava que deambula de lugar en lugar haciendo los trabajos más duros, a la espera de caer muerto. Tras su intento de fuga, atrapado a los cuatro días de su evasión, al protagonista lo envían a Alemania, pasando por diversos lugares que conocemos gracias a las palabras del presente en el que recuerda. Pero su pensamiento se detiene en el campo de concentración donde la chimenea humeante es una constante del paisaje. Allí la vida de un preso no vale nada. Es carne de cañón, pero su destino pasa por escapar de su cautiverio, regresar al hogar y sobrevivir a la guerra; mas ¿para qué, si su historia se repite? ¿Qué le deparaba el regreso, sino más dolor? Bondarchuk sigue la historia de este hombre que sobrevivió a la pérdida, a la guerra, al infierno de los campos de prisioneros y a los trabajos forzados; lo hace de modo que rompe con la figura del soldado-héroe, distanciándose de bélicos previos en los que el héroe representaba al pueblo y resultaba una figura superficial que remitía al conjunto. Pero eso era antes y la ruptura con el realismo socialista se produciría en la década de 1960, aunque ya anunciada en ese instante de finales de la década de 1950, cuando el deshielo y la desestalinización habían hecho posible una mayor libertad creativa que anunciaba el nacimiento del nuevo cine soviético, más íntimo y capaz de abordar al individuo como tal; es decir como entidad viva y propia, con carácter y problemas que le hacen reconocible y distinto debido a su unicidad, característica de ser único que se iría agudizando en los años de esplendor creativo de la cinematografía soviética de los sesenta, y del resto de países bajo influencia de la URSS…



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