viernes, 1 de marzo de 2024

El tiempo de los intrusos (1992)


El guion de El tiempo de los intrusos (Trespass, 1992) no era original suyo, pero el escrito por Bob Gale y Robert Zemeckis —que asumieron la producción ejecutiva del film— encajaba a la perfección dentro de lo que hace Walter Hill en la dirección. Lo suyo son films contundentes en los que apenas existe más ley que la de la supervivencia y la del más fuerte. Crea espacios amenazantes, inhóspitos, primitivos y en ellos sitúa a sus personajes, la mayoría tipos que encajarían en el “salvaje oeste”, en westerns de aspecto clásico o ambientados fuera de su tiempo. En todo caso son antihéroes que viven experiencias al límite que Hill maneja con soltura en sus historias, partan estas de guiones propios o extraños. No le tiembla el pulso a la hora de mostrar la violencia, no como exaltación, sino como parte de los personajes o de las situaciones que les caen encima. No pocas veces, una de esas situaciones resulta a partir de acceder o perderse en un entorno desconocido y hostil donde la cacería humana cobra importancia: The Warriors (1979), La presa (Southern Comfort, 1981), Traición sin límite (Extreme Prejudice, 1987) o este film que, inspirándose en la excepcional El tesoro de Sierra Madre (The Treasure of Sierra Madre, John Huston, 1948), se inicia con la búsqueda de un tesoro por parte de dos bomberos de Arkansas y que acaba siendo un juego de supervivencia en una vieja fábrica de San Louis (Illinois) donde, cercados por una banda de narcotraficantes, Vicen (Bill Paxton) y Don (William Sadler) intentan huir con un botín que lleva allí escondido más de medio siglo.


Claro que la cosa no será fácil para ellos, tampoco para quienes les cercan, ya que los intereses entre los miembros de la banda chocan; como también colisionan en los dos amigos y su inesperada ayuda: el vagabundo (Art Evans) que vive en el edificio. Por una parte, el jefe (Ice T), a quien llaman King James, se muestra comedido a la hora de abordar el problema que implican los dos testigos inesperados, pues teme que esos intrusos maten a su hermano Lucky (De’voreaux White), a quien Don y Vince retienen para salvar el pellejo. Por otra parte, están Raymond (Bruce A. Young) y Savon (Ice Cube), quienes se asocian después de que el primero haya descubierto la historia del tesoro que ha llevado hasta allí a los dos blancos. También ellos quieren hacerse con el botín en piezas eclesiásticas de oro valoradas en un millón de dólares; Y ahí de nuevo uno de los temas de Hill: el dinero como motor que pone en movimiento a sus personajes; uno de los ejemplos más claros, el protagonista de su comedia
El gran despilfarro (Brewster’s Millions, 1985). Haciendo gala de su buen oficio, Hill mantiene el tipo en todo momento y eso beneficia la acción que propone. Sabe lo que hace y logra crear la sensación de encierro y de peligro acotando el tiempo y el espacio donde encierra a todos los personajes. Juega con la cámara (incluida la de vídeo con la que filma parte de la acción que tiene a la banda de protagonista) para crear un sensación nerviosa y con la información, la cual ofrece al público para darle una idea global de lo que sucede, algo que niega a su personajes y crea las situaciones de amenaza que van sucediéndose a lo largo del metraje de una película que encajaría a la perfección en un thriller de los setenta, que fue la década en la que Gale y Zemeckis escribieron el guion.



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