Uno de los personajes de El ladrón de melocotones (Kradetzat na praskovi, 1964), el capitán francés amigo de Ivo Obrenovich (Rade Markovic), le dice a este, en tono pesimista, mientras juegan al ajedrez, que la guerra forma parte de la humanidad desde sus orígenes, pero el serbio prefiere creer que natural al ser humano es el amor. Lo cree porque lo ha descubierto y sentido; en ese momento ya es el sentimiento que rige su existencia en un tiempo en el que el supuesto deber, la muerte y el cautiverio parecen anteponerse al amor, quizá por ello la ciudad, escenario de los hechos, semeje triste bajo el cielo gris y plomizo en el que se desarrolla la historia que da pie a esta primera película filmada por Vulo Radev, quien, con solo siete títulos en su filmografía, fue uno de los grandes cineastas búlgaros del siglo XX. El ladrón de melocotones se ambienta en 1918, a finales de la Gran Guerra, en una ciudad del norte de Bulgaria donde los prisioneros serbios y franceses son custodiados por soldados búlgaros, aliados de los imperios alemán, austrohúngaro y otomano durante la guerra que parece tocar a su fin y que nunca vemos en la pantalla, pues el frente queda lejos, aunque sus estragos estén ahí desde el inicio, en la escena en la que se entierran cajas vacías. Solo se da sepultura a objetos y ropas de los muertos. Sus cuerpos ya han sido sepultados en fosas comunes en las inmediaciones de los campos de batalla donde perecieron lejos del hogar. También en la aparición de Varenov (Georgi Georgiev), en su pierna de madera que recuerda que la guerra continúa librándose y cobrando su tributo lejos de esa localidad donde se retiene a prisioneros enemigos, entre quienes se cuenta Ivo, el teniente serbio que se cuela en el huerto del coronel (Mikhail Mikhaylov) a quien las imágenes de Radev describen como alguien metódico, inflexible y celoso de cuanto considera su posesión, ya sean sus melocotones —ordena a su ordenanza que duerma en el huerto y dispare sobre cualquier intruso— o Lisa (Nevena Kokonova), la mujer con quien está casado. Resulta evidente que al lado de un hombre así, ella se consuma en la inutilidad, en la servidumbre, en la resignación, pero su inesperado encuentro con Ivo, la despierta a la vida y trastoca su existencia, deparando el romance prohibido. El serbio es un preso y un espíritu libre, mientras que el coronel está libre pero es prisionero de las normas, de los hábitos, de la disciplina y la marcialidad; y ella misma se encuentra atrapada en un matrimonio cansado, derrotado, frío como el ambiente, sin atisbo de calor; ya no existe la admiración de la que Lisa habla, la que sentía hacia lo que representaba la figura militar de su marido, la que le llevó a casarse con un hombre a quien no ama y que le genera la sensación de ser una presa más del deber y del tedio que se imponen en su vida hasta que se produce su encuentro con el prisionero…
No hay comentarios:
Publicar un comentario