viernes, 22 de marzo de 2024

La última locura (1976)

Una máxima no escrita de Hollywood vendría a decir que vales tanto como la recaudación de tu última película. Siguiendo tal valoración, afirmo que, tras los éxitos de Sillas de montar calientes (Blazing Saddles, 1974) y El jovencito Frankenstein (Young Frankenstein, 1974), Mel Brooks era de sumo valor, por lo que apostar por él, de cara la taquilla, parecía una apuesta segura. Sus dos películas anteriores se situaron entre las favoritas del público estadounidense y recaudaron entre ambas casi doscientos millones de dólares. Y a quien logra grandes recaudaciones, Hollywood le abre las puertas, igual que se las cierra a quien produce pérdidas. A Brooks se le abrieron de par en par. Estaba en posición de exigir y de elegir llevar a cabo cualquier película que tuviese en mente, incluso una comedia muda que homenajease al slapstick. Ya había homenajeado y parodiado el western y el terror; ahora le tocaba el turno al “golpe y porrazo” silente, pero el resultado de La última locura (Silent Movie, 1976) no habla a favor de Brooks, y sí de lo genuino de aquella comedia de la que Max Linder, Mack Sennett, Mabel Normand, Charles Chaplin, Roscoe “Fatty” Arbuckle, Buster Keaton, Harold Lloyd, Oliver & Hardy, Larry Seamon, Ben Turpin, Harry Langdon y tantos más fueron irrepetibles e inimitables. Sin pretenderlo, la película de Brooks resalta lo complicado que era hacer una comedia muda, cuyo ritmo y gags funcionaban como un todo; algo así como el gag era el ritmo y el ritmo el gag. Brooks no logra semejante unidad ni fluidez, ni se acerca en su propuesta, la cual tampoco desmerece si se tiene en cuenta el riesgo asumido: salir de lo corriente y rodar una película muda en una época en la que la comedia solía abusar del diálogo y el cine vivía más del ruido que de la imagen.


El slapstick había sobrevivido en escenas puntuales de películas como las de Frank Tashlin, Jerry Lewis o Blake Edwards, todos ellos mejores cineastas que el director de Los productores (The Producers, 1968), pero este quiso ir un paso más allá y rizar el rizo, pero solo le salio un ondulado. De ritmo irregular, la trama de La última locura es sencilla. Sería algo así como que Mel (Mel Brooks), un director de cine venido a menos, pero con ganas de recuperarse, y sus dos socios, interpretados por Dom DeLouis y Marty Feldman, tienen la idea de realizar un film silente, aunque el director del estudio (Sid Caesar) no está por la labor y lo manda a paseo. Pero Mel le convence cuando le dice que contratará a grandes estrellas. Entonces, los ojos del directivo se iluminan; ve el negocio, consciente te de que las estrellas son el mejor gancho para atraer al público a las salas. Mel y sus amigos acuden a ver a Burt Reynolds y a James Caan, los contratan y esto enfurece a la compañía que esperaba hacerse con el estudio, que prácticamente se encuentra en bancarrota. También contratan a Liza Minnelli y pretenden hacer lo mismo con Anne Bancroft e incluso con el famoso mimo francés Marcel Marceu; y de paso, competir con Paul Newman en una carrera de cochecitos. La búsqueda de estrellas sirve de excusa para introducir los gags que componen la película, pero su mayor logro es hacer sentir nostalgia por aquellos grandes momentos del género de la carcajada, pues eso era lo que generaba la comedia en su máximo esplendor, que fue antes de la irrupción de la palabra; y eso lo sabía Brooks cuando realizó su film homenaje, una apuesta arriesgada de la que, si bien no obtuvo un buen resultado cómico, obtuvo beneficios y todos contentos…



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