miércoles, 1 de junio de 2022

Nocturno 29 (1968)


No todas las películas tienen una historia aparente que contar. Algunas, aunque sean pocas, no narran, sino que ponen en duda la narración cinematográfica “tradicional” en una búsqueda de otro tipo de expresión, más puramente cinematográfica, que le permita desarrollar ideas y expresarlas sin palabras que redunden o desvíen la atención, sino con imágenes, vacíos, sonidos y silencios que las comuniquen. Uno de los riesgos de este tipo de producción es que se ancle en su tiempo y, fuera del mismo, su ruptura pierda su significado original. Y aunque conserve su estilo, de algún modo pierde parte o la totalidad de su esencia primitiva, el diálogo y las ideas que pudo establecer y transmitir en el momento de su estreno. Un film como Nocturno 29 (1968) corre ese riesgo y pierde, pero solo las películas que se arriesgan pueden presumir de su intento de transgresión. En su segundo largometraje como director, Pere Portabella recoge allí donde concluye su primera película, No compten amb els dits/No contéis con los dedos (1967), y continúa su experimentación con las imágenes y los sonidos, dando un paso adelante en la subversión ideológica y estética que encuentra colaboración en el poeta Joan Brossa y en el músico Carles Santos, y un modelo de transgresión en Luis Buñuel, a quien produjo Viridiana (1961), producción que deparó un escándalo y una obra maestra del cine. Y más allá del protagonismo de Lucia Bosé, a quien Michelangelo Antonioni había dirigido en Crónica de un amor (Cronaca di un amore, 1950) y La señora sin camelias (La Signora senza Camelia, 1953), también parece recoger influencias del cineasta italiano, en la prisión de silencio e insatisfacción en la que deambulan sus personajes burgueses, aunque en este caso no es de incomunicación de pareja, sino de la opresión y la alienación que el estado y la sociedad burguesa y de consumo ejercen sobre el individuo. Pero aparte de las posibles influencias, la intención de Portabella es propia (de su colaboración con Joan Brossa), incluso se podría decir que novedosa para el cine realizado en la España burguesa y dormida retratada en Nocturno 29.


<<El planteamiento narrativo de esta historia se basa en una serie o suite de situaciones que, aunque aparentemente inconexas, giran siempre en torno a un desarrollo temático, que da “cuerpo” y unidad a la historia sin recurrir para ello a la utilización de una anécdota como continuidad argumental. Nocturno 29 tiene como nudo de su historia a un personaje central (Lucía Bosé) que actúa con su presencia como hilo conductor a través del cual el espectador entra en la coherencia temática y significado “argumental” del filme. Con una visión rota, sincopada, cáustica, pero al mismo tiempo poética del mundo y del hombre actual. Se trata de un filme realista, entendiéndose que al hablar de realismo me refiero siempre a un realismo de resultados. En ello estriba su coherencia>>. Con estas palabras Pere Portabella explicaba su film en 1968 —recogidas en Historias sin argumentos. El cine de Pere Portabella. El cineasta catalán pone en duda la representación, y señala desde el primer momento que estamos ante un espacio vacío que se rellena con una película que parece ir de la aparente libertad de la escena inicial al encierro posterior, en el que descubrimos un entorno acomodado, adormecido, distante donde los personajes parecen desconectados. Todo obedece a una idea, desde el sonido del proyector sobre las imágenes mudas del primer hombre y la primera mujer hasta la fotografía en color que introduce en un momento puntual del metraje para poder hacerlo de nuevo con posterioridad: cuando muestra en la pantalla una tela morada que el dependiente de unos grandes almacenes recoge y coloca encima del tejido amarillo que, a su vez, se encuentra sobre el rojo. El resultado de las tres telas juntas, una encima de la otra, forman la bandera tricolor republicana. El realizador figuerense no puede ser más preciso respecto a su posicionamiento, ya lo había sido como productor y lo era en ese instante que asume la ruptura formal que obedece tanto a inquietudes artísticas como a la necesidad de rebelarse contra la apatía de la sociedad del franquismo (y el cine), en especial contra la clase burguesa, a la que pertenece su protagonista (Lucía Bosé), de la que ella quiere despertar tras vivir veintinueve años en la noche de dictadura que, aunque parecía debilitarse, continuaba reprimiendo libertades y dirigiendo el destino de un país donde muchos de sus habitantes continuaban dormidos.


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