Para Luis Buñuel no resultó sencillo rodar Viridiana; regresar a España, tras más de dos décadas exiliado, no agradó a los republicanos que estaban fuera del país, para éstos, la decisión de Buñuel de filmar en la tierra que habían tenido que abandonar tras el ascenso al poder de Franco significaba una especie de claudicación o incluso traición. Asimismo, el régimen franquista veía en el director aragonés a una posible molestia o amenaza, circunstancia que parece que se confirmó tras el estreno de la película. Luis Buñuel nunca habría imaginado el escándalo que significó Viridiana, un film que molestó en el Vaticano, desde donde la calificaron de sacrílega y blasfema, y que en España fue censurada sin poder estrenarse hasta después de la muerte de Franco, y gracias a que uno de los negativos originales no pudo ser confiscado ya que estaba en manos del productor mexicano Gustavo Alatriste. Pero más allá de la polémica que suscitó y de las intolerancias ajenas a la película y a su autor, se debe hablar de los magistrales resultados artísticos del film, que aún continúan (y continuarán) vigentes, y que fueron premiados al otro lado de los Pirineos en el Festival de Cine Internacional de Cannes, certamen en el que Viridiana ganó una merecida Palma de Oro a la mejor película, un reconocimiento para un magnífica película que podría dividirse en dos partes diferenciadas cada una de ellas por la presencia de los dos actores más representativos dentro del cine de Buñuel: Fernando Rey y Francisco Rabal. Si se parte de esta división se podría hablar de la primera como un prólogo para la segunda (aunque también funcionaría por sí misma), donde se presenta a Viridiana (Silvia Pinal), la joven novicia a quien su tío reclama para que pase las vacaciones en la hacienda de su propiedad. En un principio ella rechaza la idea, pero, tras hablar con la superiora, finalmente acepta la invitación. Cuando llega a la hacienda familiar se encuentra con un hombre solitario, anclado en el pasado, cuya esposa falleció tiempo atrás (la noche de bodas). Para don Jaime (Fernando Rey) la presencia de Viridiana resulta como un regalo para sus deseos ocultos, en su mente parece estar contemplando a su mujer, incluso le pide que se vista con el traje de novia de su esposa. Esta especie de obsesión fetichista crece en su interior, hasta el punto de no desear que ella regrese al convento; aunque no sabe cómo retenerla a su lado. La única idea que se le ocurre resulta bastante retorcida y, tras ponerla en práctica con la ayuda de Ramona (Margarita Lozano), su criada, solo consigue el rechazo incondicional de una joven que se marcha con dudas, vergüenza y pesares. La segunda parte se inicia con la aparición de Jorge (Francisco Rabal), el hijo no reconocido de don Jaime, tras el suicidio de éste. Gracias a este personaje se comprueba un enfrentamiento entre la modernidad (Jorge llega con una mujer que no es su esposa, como él mismo dice: para vivir con una mujer no hay que estar casado) y la tradición que reinaba cuando vivía don Jaime, la misma tradición que permitiría mantener relaciones sexuales mientras éstas no fuesen reconocidas públicamente (o ¿de dónde viene Jorge? ¿De París?). En este ambiente Jorge se muestra como un hombre liberado de los prejuicios de la sociedad conservadora en la que se ha criado Viridiana; por este motivo, el enfrentamiento moral entre primos es evidente, como también lo es la atracción que se produce entre polos opuestos. Para él lo importante sería la buena vida, trabajar y disfrutar de la propiedad que le ha quedado como herencia, sin tener que soportar los tabús y los falsos valores impuestos por la religión y por los estamentos sociales. Jorge ha conseguido liberarse; es práctico y más libre que aquellos que viven bajo el dominio de falsas virtudes. Sin embargo, Viridiana, tras haber decidido no regresar al convento, continúa anclada en sus costumbres religiosas (dormir en el suelo, rezar a un crucifijo al que adorna con una corona de espinas, vestir con ropa que lastima su piel o caminar sonámbula recogiendo cenizas como muestra de penitencia), hábitos que le producen un continúo sentimiento de culpabilidad, que se ha incrementado tras el suicidio de su tío. Vive presa dentro de sí misma, aceptando que debe continuar su vida monacal fuera del convento. Viridiana se engaña al creer que la ayuda que ofrece a un pequeño grupo de desfavorecidos, a quienes cobija y alimenta, será una especie de expiación y un acto de caridad que servirá para encauzar su vida y la de los mendigos que recoge, en quienes se descubre parte de la miseria real que anida en esa sociedad que únicamente se comporta cuando saben que están siendo observados. Viridiana, como gran parte del cine de Luis Buñuel, se encuentra plagada de simbolismos, uno de los más claros se observa al final del film, cuando Viridiana acepta ese juego a tres bandas con el que pone fin a la opresión y al complejo de culpa que le habían dominado hasta ese momento, y que se había comprobado en sus costumbres.
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