lunes, 13 de junio de 2022

Río Negro (1957)


La presencia estadounidense en el Japón de Río negro (Kuroi Kawa, 1957) está por todas partes: la base aérea, la policía militar, los neones de los locales, el inglés de los letreros o el sonido de reactores que sobrevuelan el vecindario donde se levanta el viejo edificio al que llega Nishida (Fumio Watanabe), el estudiante que se enamora de Shizuko (Ineko Arima), la heroína trágica del film y también el objeto de deseo de Jo (Tetsuya Nakadai), el delincuente juvenil que la toma por la fuerza. Estos tres personajes son los protagonistas del film de Masaki Kobayashi, una película que mezcla realismo, melodrama, marginalidad, denuncia y cine de pandilleros juveniles, que tendrían gran éxito en la pantalla japonesa durante la segunda mitad de la década de 1950 y la siguiente. Para retratar el presente urbano y marginal, Kobayashi ambienta su historia en una barriada próxima a la base militar y escoge como escenario principal el viejo edificio donde Nishida descubre prostitución, miseria, pobreza y a inquilinos cobardes e insolidarios. La escena de la donación de sangre, en la cual nadie se ofrece, salvo el estudiante, le confirma que vive un instante que se define por el egoísmo y el miedo común. Así, el director de la magistral Harakiri (Seppuku, 1962) establece que no hay solidaridad entre los inquilinos, pobres e ignorantes, como al inicio había remarcado el carácter vampírico y mezquino de la propietaria (Isuzu Yamada), que no duda en asociarse con Jo para que le desaloje el edificio de inquilinos y así poder vender el terreno, donde proyectan construir un hotel para estadounidenses. Este segundo conflicto expuesto en Río negro también señala la corrupción del funcionario del ayuntamiento, aparte de la ilegalidad de los medios empleados por la propietaria —el delincuente y su banda—, pero a Kobayashi le interesa más centrarse en el triángulo Nishida, Shizuko y Jo, quien fuerza, somete y humilla a la joven, cuya ingenuidad le lleva a exigirle que se case con ella para limpiar la mancha —consciente de que de nada le servirá acudir a la policía y denunciarle. La tragedia de Shizuko es el centro de interés del realizador, que muestra a su heroína dividida entre la pasión irracional que le despierta el hombre que la maltrata y el amor hacia el joven estudiante, el reverso del delincuente. La sumisión a Jo, dice que es incapaz de resistirse a él, le agudiza la sensación de suciedad y la necesidad de deshacerse de tal impresión. Desea volver a sentirse limpia, anhela ser la joven inocente que se enamoró del estudiante y solo ve una solución para poder deshacerse de quien para ella significa su perdición, su imposibilidad.




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