sábado, 11 de junio de 2022

Boecio y el “consuelo de la filosofía”


Las ambiciones, la intolerancia, los fanatismos y los intereses políticos se llevaron por delante a muchos personajes ilustres y fundamentales en la evolución del pensamiento humano, desde Sócrates hasta Giordano Bruno, pasando por Boecio y Tomás Moro, pero sus obras han sobrevivido a sus detractores y por supuesto a quienes los condenaron. Todos ellos tenían en común que eran pensadores, y como tales daban por sentadas cuestiones que no son o no pueden demostrarse en el mundo físico, incluso quien expresó <<solo sé que no sé nada>> para indicar que sí sabía algo, aunque solo fuera eso lo sabido. Esta fue una de las genialidades de Sócrates, que nadie dudase de la mentira y la contradicción que encierran sus palabras hasta mucho tiempo después de que las pronunciase, si es que lo hizo alguna vez; otra sería no dejar nada escrito y lograr que su voz llegue hasta nuestros días. También brilló por su tolerancia y algunos le conocen por ser maestro de jóvenes como Platón y Jenofonte, así lo aseguran ambos en sus obras y por ellos conocemos una imagen suya. A su vez, el autor de El Banquete fue maestro de Boecio, aunque lo fue en la distancia, ya que vivieron en lugares y siglos diferentes. Quien fuera alumno de Sócrates se convirtió en maestro, entre otros de Aristóteles, y dejó parte de su pensamiento escrito en textos que, siglos después, el aristócrata romano conoció durante su formación juvenil. Boecio hizo suya la metafísica platónica; de igual modo se “apropió” del diálogo, preguntas y respuestas para explicar conceptos abstractos (mayéutica), en su Consuelo de la filosofía para expresar y desarrollar sus pensamientos, los de un hombre culto y, más extraño si cabe, nada fanático del siglo V y VI, encerrado y condenado a muerte acusado de participar en un complot contra Teodorico, rey ostrogodo de Italia, de quien era ministro y amigo.



El rey se las veía con Justiniano, emperador de Bizancio, que prohibió el arrianismo, la religión del ostrogodo, con la clara intención de extender su poder más allá de su Imperio de Oriente, puesto que deseaba reunificar el Antiguo Imperio bajo su mando. En esa tesitura, Boecio es condenado a muerte y, a la espera de su decapitación o quizá esperanzado un indulto, dialoga con la Filosofía mientras fuera continúa el enfrentamiento entre dos monarcas en lucha. Con sus huesos en presidio, la mente del político, poeta y pensador voló más allá de cualquier prisión física y pudo desarrollar sus ideas con lucidez y dejarlas plasmadas en un texto que condicionó el pensamiento medieval posterior. Su aparente calma ante la proximidad de la muerte quizá encuentre explicación en su cristianismo, en la creencia de vida ulterior, y por ello razone sereno, lúcido, sin la furia y el temor que podría presentar la escritura de quien no cree en más vida que la que siente y se sabe condenado a muerte. Hoy, su pensamiento filosófico puede pasar por ingenuo, pero mantuvo vigencia hasta la filosofía tomista que implicó el triunfo de Aristóteles sobre Platón en la filosofía cristiana medieval. Aunque no esté a la altura de estos dos filósofos de la Antiguedad, Boecio fue grande, el último de los grandes pensadores romanos y quizá el primer filósofo cristiano ajeno a fanatismos. Esto no es consuelo para un hombre con las horas contadas, que contempla y reflexiona en cautiverio, cuando ya no es un sujeto de acción, sino uno en pausa y en espera. <<La pasividad corporal precede a la actividad mental, tal pasividad estimula la actividad mental y despierta las formas dormidas en el alma>>. Ese instante de pasividad por él aludido le permite reflexionar y plantear su pensamiento, que, como tantos pensadores, asume válido para explicarse todo cuanto se plantea. Y ahí aparece su pequeña trampa, inconsciente quizá, pero tomada del diálogo que encuentra respuestas a las cuestiones, porque sabe cuáles son las preguntas. De cualquier manera, sus reflexiones son interesantes y fáciles de comprender. No es un filósofo que busque complicarse, sino explicarse y apaciguarse como individuo, ante su cara a cara con el final cercano. Es entonces cuando surge su Consuelo de la filosofía, su obra clave y un ejercicio filosófico de primer orden en su momento e interesante para el actual, aunque se trate de un pensamiento superado por la filosofía moderna. Esto también le sucedió a Platón, Aristóteles, Seneca y otros, y no por ello se les resta importancia, al contrario, fueron fundamentales en el devenir del pensamiento, en sus logros y en sus fracasos. Boecio dialoga con la Filosofía a quien venera y trata de <<maestra de todas las virtudes>>, aunque en realidad dialoga consigo mismo y reflexiona sobre la felicidad, la condición humana, el alma y la divinidad, y concluye, entre otras, que <<todo lo conocido es comprendido no de acuerdo con su propia naturaleza, sino de acuerdo con la capacidad de conocer de quien conoce>>.




2 comentarios:

  1. Esa claridad o resplandor filosófico (divino para algunos) que le hizo serenarse en medio de la adversidad que provoca una segura muerte y por ende el cese de toda actividad vital, nos deja subordinados a el principio Socrático llevado hasta el extremo de que hasta en esos instantes debemos dedicarnos a pensar. Y a tratar de mejorar a través del pensamiento y la reflexión, me resulta tan elocuente y acaso hermanado con formas orientales más que occidentales. Acaso uno de los principios del samurái no era no temerle al paso final sino adaptarse a ese momento y tomarlo con la tranquilidad de las olas veraniegas sobre las arenas resplandecientes. Esto requiere si, de un entrenamiento de desposesión de todo lo material, porque para unirnos con el cosmos tenemos que olvidarnos de nuestra propia existencia.

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    1. Espléndida reflexión, Marcelo. Y ahora que lo dices, veo el parecido con el camino hacia el equilibrio y la paz interiores buscadas por el samurái. Gracias por compartirla.

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