viernes, 17 de octubre de 2025

Bohumil Hrabal y Trenes rigurosamente vigilados


La obra de Bohumil Hrabal carece de la pedantería de la de Kundera, también de la aspiración a transcender del autor de La broma y de ser tomado por un gran intelectual de su tiempo. Eso, a Hrabal, no le interesaba; carecía de tal ambición. Lo suyo no era la aspiración a grandeza, sino el vivir la vida en sí, incluso en la marginalidad y en los más variados oficios, los que fue plasmando en sus libros. De ese modo, sus propias experiencias van asomando por sus páginas, claro que lo hacen sin ser las suyas, pues ya son las de sus personajes, alteradas por la ficción, por la invención y la creación de mundos que parecen escapar del nuestro, pero que lo desvelan con mayor intensidad. Su literatura es humanista, irónica, absurda, kafkiana, no exenta de existencialismo; aunque, más incluso que en Kafka, su mayor influencia quizá la encontrase en Joroslav Hašek y su buen soldado Švejk… Al inicio lo nombre junto a Kundera, comparándolos, lo cual siempre resulta injusto porque, como cualquier buen creador, los dos presentan universos diferentes; aunque sí tienen algo en común, que ambos son figuras clave en la literatura checoslovaca de la segunda mitad del siglo XX y autores a los que me gusta regresar porque, tanto el uno como el otro, me aportan, me hacen pensar sus textos, las ideas que contienen y las que parten de ellos, pero que ya son mías, al tiempo que me transportan a mundos literarios que rebosan creatividad y personalidad propia. Pero en Hrabal encuentro un espacio narrativo en el que me siento cómplice desde que fijo los ojos en sus páginas; allí me reconozco, me siento parte. Así me parece conocer (o reconocer) en la inmediatez del primer encuentro al narrador protagonista de Trenes rigurosamente vigilados o a cualquier otro de sus personajes fundamentales, como puedan serlo el de Yo serví al rey de Inglaterra o el de Un silencio demasiado ruidoso, obras que definen su estilo y también su manera de mirar y de entender el mundo, el cual, no pocas veces, resulta el sinsentido que Miloš descubre cuando habla de que <<aquel trébol de cuatro hojas no le había traído buena suerte a aquel soldado ni a mí, también era un hombre como yo o como el factor Hubička, tampoco tenía condecoraciones, ni rango, y sin embargo nos habíamos disparado…>> porque alguien que no fueron ellos quisieron esa guerra que les toca sufrir; cuando en la vida hay muchas otras cosas que descubrir, sentir y disfrutar, tales como el amor.


 Miloš nos cuenta en primera persona su experiencia vital, lo hace con humor e ironía, aunque sea la de Hrabal, que también toma de la picaresca para presentar los orígenes de su narrador. Mediante la voz de este, lo sitúa en la marginalidad que se atribuye al pertenecer a la familia más odiada de la localidad donde trabaja como aprendiz de factor en la estación de tren en la que prácticamente desarrolla su historia. Allí, el factor Hubička, su héroe y su ideal a imitar, sella el trasero de la telegrafista durante un momento en el que el hombre y la mujer se divierten. Pero la cosa se desmadra, no por la afición del mujeriego a sellar la totalidad de la superficie nalgar ni por el mapa que ya parecen las nalgas de la muchacha, sino porque se enteran arriba y se genera el escándalo y la consiguiente investigación. Esta historia permite que Miloš hable de la hipocresía, puesto que todos los inquisidores y admiradores querrían ser el factor o haber hecho lo que él; al tiempo que resulta divertida y posibilita que el joven narrador hablé de su admiración hacia su superior, a quien atribuye la ausencia de miedo y la capacidad de materializar lo que otros desearían hacer. Para él, Hubička es el ídolo a imitar, aunque el final de todo ídolo es caerse de su pedestal o que lo arrojen del mismo. Miloš nos va contando su cotidianidad en esa estación de paso hacia el frente de batalla, por ella transitan trenes militares alemanes que se conocen como rigurosamente vigilados, pero, inicialmente, al joven no le interesan demasiado, pues su preocupación se encuentra en la posibilidad o imposibilidad de ser un hombre; es decir, en el estar con una mujer, para poder estar con Máša, la muchacha de quien se enamoró, en aquella valla que ambos pintaron de rojo, y con quien sufrió la <<eyaculatio precocs>> que le atormentó hasta el punto de llevarle al suicidio. Miloš es la ingenuidad, atributo que pierde el pícaro a base de golpes, pero que él conserva hasta el final; conserva esa inocencia que le hace ver el mundo desde una perspectiva que, a pesar de que no sea consciente, desvela con una mirada curiosa, honesta, sencilla, la de un niño que descubre y al tiempo se descubre…

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