viernes, 24 de octubre de 2025

Jurado Nº 2 (2024)


En su cuadragésimo segundo largometraje tras las cámaras, Clint Eastwood cuenta la historia de <<un hombre bueno envuelto en circunstancias terribles>>. Así se define Justin Kemp (Nicholas Hoult), el protagonista, un hombre que intenta vivir su segunda oportunidad hasta que el destino interviene y desata sobre él la tormenta que amenaza con destruir su matrimonio, su paternidad, su cotidianidad, la que tanto dolor y esfuerzo le ha costado construir al tiempo que se reconstruía a sí mismo. Entonces ya solo trata de sobrevivir al conflicto que se desata en su interior mientras intenta solucionar la inesperada situación en la que se encuentra. Otro conflicto de interés para Eastwood es el que vive Faith Killebrew (Toni Collete), cuando esta empieza a dudar de su verdad —durante más de la mitad de metraje da por sentado que el caso que lleva es de violencia doméstica y que el culpable es el hombre a quien acusa—, y más aún cuando descubre que se ha equivocado de pleno. Así, de un juicio que le pone en bandeja la fiscalía, pasa a cuestionarse. Esta ayudante del fiscal lleva el caso de la muerte de una joven cuyo único sospechoso es su novio (James Michael Sythe), violento, dicen los testigos, de pasado turbio, apuntan los antecedentes y uno de los miembros del jurado que, desde el principio, lo sentencia por ese pretérito, no por los testimonios que se presentan ante la juez ni por las escasas pruebas, todas ellas circunstanciales —como la grabación que una chica hace de la pareja, una grabación que, aparte de no consentida, no aporta nada que no puedan decir los otros clientes del bar donde la pareja discute—. En ese tribunal, Eastwood plantea varios interrogantes, más allá del veredicto. Algunos corresponden a la intimidad de los personajes y otros a cuestiones relacionadas con la justicia y el sistema que asume regularla y presume hacerla valer. La más evidente, al menos la primera que me viene a la mente: si no se supiera culpable, Justin Kemp, el jurado número dos, que no presenta el desinterés del jurado interpretado por Henry Fonda en Doce hombres sin piedad (12 Angry Men, Sidney Lumet, 1956), ¿haría que el resto del jurado se detuviese a pensar y a replantearse el veredicto inicial de culpable?


Pero ¿qué es justicia? ¿Se puede regular y dictar? Hay más cuestiones que las imágenes de Jurado Nº 2 (Juror#2, 2025) plantea, sin ir más lejos una que siempre está ahí, cuando se piensa en un juicio como el que se expone en la primera parte de la película: ¿qué seguridad hay en que un jurado, ya sea de doce, ocho y ochocientos, sea justo y emita un veredicto acorde a lo que se supone justicia? Habría que plantearse y acordar qué entendemos por justicia y si esa idea es la misma que el sistema legal tiene de justicia. De cualquier modo, una pregunta lleva a otra y la siguiente que me llega implica a los profesionales: ¿qué son los letrados? ¿Una especie de actores y actrices, de vendedores, de ilusionistas de la palabra, que representan un papel para convencer a su público, esa decena de personas que, según las palabras de la juez, no se juegan nada y no les importa ni el acusado ni la víctima, porque no guardan relación alguna? Y al sistema, ¿le importa? La juez se equivoca, pues el caso que plantea Eastwood en Jurado número 2 echa por tierra todo cuanto se dice en la sala, salvo que “el sistema es imperfecto, pero es el que tenemos”. Un mal consuelo para los inocentes que son declarados culpables y una preocupación menos para quienes, siendo culpables, son declarados inocentes.


El sistema que la juez asume que tiene sus deficiencias, pero que es el más justo, quizá tenga más de lo primero, puesto que existen claras desventajas según quién, cuándo, dónde, por y para qué. Es decir, quien pueda pagarse un buen abogado ya tiene ventaja sobre aquel a quien se le proporciona uno de oficio; tampoco es igual que el caso tenga una repercusión mediática que otro que pase desapercibido para la opinión pública, ni siquiera es igual según quienes sean los miembros del jurado, ya sea por su formación, por su cotidianidad, la que abandonan y a la que quieren regresar lo antes posible, o porque, como descubre el protagonista durante la primera jornada del juicio, está directamente relacionado con lo que se expone; lo cual genera que sea parte interesada. Y ahí, Eastwood encuentra el drama, el conflicto principal que desarrollar en una película en la que vuelve a demostrar su capacidad narrativa y su gusto por contar historias humanas, de personajes corrientes ante situaciones extraordinarias a las que deben enfrentarse.


Parece claro que Eastwood cree en la justicia de su país, no la cuestiona, la acepta, más no por ello deja de plantearse hasta que punto o la ambigüedad de la propia palabra en la situación del falso culpable —ya lo era el condenado a muerte de Ejecución inminente (True Crime, 1999)— y la de hombre que resulta serlo, aunque a posteriori, puesto que solo cuando se inicia el juicio descubre su culpabilidad accidental e involuntaria. Quiere entregarse, pero la salida que esto le proporcionaría le hace un hombre atrapado, tal como el protagonista de El reloj asesino (The Big Clock, John Farrow, 1948), que no encuentra más salida, para salvarse él y al acusado, que manipular al resto del jurado: diez hombres y mujeres que no tardan en dictaminar una culpabilidad de la que solo duda aquel miembro (JK Simmons) que dice: “debió pactar”, pero que acepta el veredicto, que el número dos se niega a pronunciar porque sabe que no es la verdad, aunque decir la verdad no implicaría que esta fuese justa para él…

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