martes, 21 de octubre de 2025

Kundera, el kitsch y La insoportable levedad del ser


Comentaba Kundera en un entrevista para The Paris Review, realizada allá por el año 1984, que la novela <<no es el territorio de las afirmaciones, sino de los juegos y las hipótesis>>. Habrá quien esté en desacuerdo, y quien también rechace que <<la reflexión en el marco de la novela es hipotético por definición>>. Respecto a esto, no tengo nada que añadir, salvo que existen autores que se valen de ese marco novelístico para introducir en él reflexiones filosóficas y subjetivas (dudo que una reflexión pudiese ser de otro modo, pues es el sujeto y no un objeto quien la piensa) que consideran concretas y certeras. Unamuno, que sentía mayores simpatías por Rousseau que por Voltaire, me sirve de ejemplo, pues, más que novelista, era un pensador que escribía novelas en las que rechazaba el racionalismo como base de una filosofía vital válida; sin ir más lejos, esa postura asoma en Amor y pedagogía o en Abel Sánchez. En la primera, en la imposibilidad de una programación para la vida, contradiciendo el Emilio de Jean-Jacques Rosseau, que no era racionalista, más bien se le acusaba de lo contrario, y en la segunda, en los sentimientos que, evidentemente no pueden racionalizarse, determinan comportamientos como el cainismo. Para Unamuno no hay una teoría que posibilite una educación perfecta, que dé una vida perfecta, puesto que la perfección no es un atributo humano; de hecho, dudo que exista lo perfecto más allá del abstracto o de la ilusión de perfección que deseamos sentir real. En todo individuo actúan el sentimiento, las emociones, la posibilidad, la imposibilidad... Y en todos se genera y se acumula mierda. Pero cambiando la novela por la cotidianidad, también la mayoría, por no decir todas las reflexiones (cuestión aparte son los ensayos y los estudios sobre este o aquel tema), parten de hipótesis, de posibilidades, o de concretos que estimulan las ideas que se desarrollan en busca de respuestas, que no tienen que ser válidas, sino convincentes y satisfactorias para el pensador, que posteriormente tenderá a rechazar cualquier crítica a su conclusión. Tampoco resulta extraño que un mismo individuo fusione ambas en su pensamiento, ya que realidad y posibilidad suelen caminar de nuestra mano, incluso confundiéndolas o haciendo de una la otra…


Una de las reflexiones más populares de Kundera fue la sexta parte de La insoportable levedad del ser, una que todavía recuerdo mientras el resto de la novela se difumina en los rincones de la memoria. Aquella parte, titulada La gran marcha, expone su hipótesis sobre el kitsch. Se pregunta y se responde qué es. Para el narrador (y para Kundera), <<el kitsch es la negación absoluta de la mierda>>. Según el escritor checo, <<es provocador>>, pero también <<es un ensayo inconcebible fuera de la novela, pura reflexión novelística>>. Mas habría que añadir que, como él mismo afirma en la entrevista, basado en sus experiencias y en un amplio estudio. Más aún, aunque esto ya en un plano personal, considero que el autor da en el clavo al atribuirle al kitsch (y a quienes lo desarrollan) la negación de la mierda, la que nos rodea y, por su puesto, la propia, esa que a menudo ignoramos porque estamos acostumbrados a ella. No apesta porque es la nuestra. Algo así como aquel que “ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el propio”. El kitsch niega creando espacios donde elimina lo negativo y donde todo resulta superficialmente festivo, colorista, estético. Hablar de la mierda resulta tabú e incluso puede llegar a ser la causa de la persecución política, legal, mediática y social de quien se atreve a darla a conocer. El kitsch no solo es una cuestión artística, sino también política e incluso ya de vivir. Elimina lo que se considera nocivo, lo que pueda lastimar, y se decanta por mostrar mundos felices y color de rosa, incluso cuando trata algún tema complejo, polémico o doloroso evita lo complejo, lo polémico y lo doloroso. Prefiere el decorado, el colorido, el sentimiento enlatado, el melodrama con final feliz, la promesa de que todo es maravilloso y bonito, que nada puede marchitar la alegría de vivir ni impedir la conquista de la felicidad perpetua. Pero el kitsch también funciona como espejo que distorsiona la realidad, crea y devuelve una imagen estereotipada que, si la observamos en lo que niega (lo que no expone), en lo que oculta y calla, podemos ver la mierda negada, esa que de no existir implicaría la inexistencia humana o, acaso, ¿una de las funciones humanas no es generarla y expulsarla?



A continuación, varios fragmentos de La gran marcha, en la que el narrador expone qué es el kitsch:


<<5.


La disputa entre quienes afirman que el mundo fue creado por Dios y quienes piensan que surgió por sí mismo se refiere a algo que supera las posibilidades de nuestra razón y nuestra experiencia. Mucho más real es la diferencia que divide a los que dudan acerca del ser que le fue dado al hombre (por quien quiera que fuera y en la forma que fuera) y los que están incondicionalmente de acuerdo con él.


En el trasfondo de toda fe, religiosa o política, está el primer capítulo del Génesis, del que se desprende que el mundo fue creado correctamente, que el ser es bueno y que, por lo tanto, es correcto multiplicarse. A esta fe la denominamos “acuerdo categórico del ser”.


Si hasta hace poco la palabra mierda, se reemplazaba en los libros por puntos suspensivos, no era por motivos morales. ¡No pretenderá usted afirmar que la mierda es inmoral! El desacuerdo con la mierda es metafísico. El momento de la defecación es una demostración cotidiana de lo inaceptable de la Creación. Una de dos: o la mierda es aceptable (¡y entonces no cerremos la puerta del váter!), o hemos sido creados de un modo inaceptable.


De eso se desprende que el ideal estético del “acuerdo categórico del ser” es un mundo en el que la mierda es negada y todos se comportan como si no existiese. Este ideal se llama “kitsch”.


Es una palabra alemana que nació a mediados del siglo XIX y se extendió después a todos los idiomas. Pero la frecuencia del uso dejó borroso aquel original sentido metafísico, es decir: el kitsch es la negación absoluta de la mierda; en sentido literal y figurado: el kitsch elimina de su punto de vista todo lo que en la existencia humana es esencialmente inaceptable.>>


[…]


8.


¿Cómo sabía aquel senador que los niños son la felicidad? ¿Acaso podía ver sus almas? ¿Y si en el momento en que desaparecieran de su vista, tres de ellos se lanzaran sobre el cuarto y empezaran a pegarle?


El senador tenía un solo argumento para su afirmación: sus sentimientos. Allí donde habla el corazón es mala educación que la razón lo contradiga. En el reino del kitsch impera la dictadura del corazón.


Por supuesto el sentimiento que despierta el kitsch debe poder ser compartido por gran cantidad de gente. Por eso el kitsch no puede basarse en una situación inhabitual, sino en imágenes básicas que deben grabarse en la memoria de la gente: la hija ingrata, el padre abandonado, los niños que corren por el césped, la patria mencionada, el recuerdo del primer amor.


El kitsch provoca dos lágrimas de emoción, una inmediatamente después de la otra. La primera lágrima dice: “¡Qué hermoso, los niños corren por el césped!”.


La segunda lágrima dice: “¡Qué hermoso es estar emocionado junto con toda la humanidad al ver a los niños corriendo por el césped!”.


Es la segunda lágrima la que convierte el kitsch en kitsch.


La hermandad de todos los hombres del mundo sólo podrá edificarse sobre el kitsch.


9.


Nadie lo sabe mejor que los políticos. Cuando hay una cámara fotográfica cerca, corren en seguida hacia el niño más próximo para levantarlo y besarle la mejilla. El kitsch es el ideal estético de todos los políticos, de todos los partidos políticos y de todos los movimientos.


En una sociedad en la que coexisten diversas corrientes políticas y en la que sus influencias se limitan o se eliminan mutuamente, podemos escapar más o menos de la inquisición del kitsch; el individuo puede conservar sus peculiaridades y el artista crear obras inesperadas. Pero allí donde un solo movimiento político tiene todo el poder, nos encontramos de pronto en el Imperio del kitsch “totalitario”.


Cuando digo totalitario quiero decir que todo lo que perturba al kitsch queda excluido de la vida; cualquier manifestación de individualismo (porque toda diferenciación es un escupitajo a la cara de la sonriente fraternidad), cualquier duda (porque el que empieza dudando de pequeñeces termina dudando de la vida como tal), la ironía (porque en el reino del kitsch hay que tomárselo todo en serio) y hasta la madre que abandona a su familia o el hombre que prefiere a los hombres y no a las mujeres y pone así en peligro la consigna sagrada “amaos y multiplicaos”.


Desde ese punto de vista podemos considerar al denominado gulag como una especie de fosa higiénica a la que el kitsch totalitario arroja los desperdicios.>>


Milan Kundera: “La insoportable levedad del ser” (traducción de Fernando de Valenzuela Villaverde) pp 259-260, 262-264. Colección Maxi. Tusquets Editores, Barcelona, 2008.

No hay comentarios:

Publicar un comentario