Las leyes físicas que rigen el universo paralelo en el que vive Tom Cruise le han permitido resolver hasta siete misiones imposibles sin palmarla, pilotar cazas superando la velocidad del trueno sin que le parta un rayo o morir y renacer en el mismo día para salvar su mundo de una invasión alienígena. En todo caso, de vivir en el nuestro, la cosa cambiaría para Cruise y su héroe del FMI estaría criando malvas desde 1996, año en el que una imagen alternativa del Brian de Palma de aquí le hizo saltar allí desde un tren de alta velocidad a otro. Pero la cosa no fue para tanto —dicen en su mundo—, pues allí, saltos así se dan como aquí puedan darse las setas, los anuncios, las faltas ortográficas, los memes, los payasos y los fanáticos. Coser y cantar, dicen los del paralelo, no me refiero a los vecinos del barrio barcelonés, sino a los realistas del universo donde sus humanos escapan a leyes físicas que a nosotros nos sujetan y solo nos permiten dar pequeños saltos, aunque después venga alguien y diga, en plan eslogan, que son grandes para la humanidad. Y eso de saltar, cuando somos jóvenes, que después la física se complica y el físico se deteriora. Suerte la de Cruise, que allí la oxidación se da a otro ritmo y la gravedad a la que se enfrenta tira de él diferente, tal como confirman las piruetas de las motos coreografiadas por John Woo en la segunda misión. ¿Y qué pasa con la presión submarina? ¿Y con el frío, que es la ausencia de calor? Ni lo uno ni lo otro afectan demasiado a los submarinistas de ese universo. Bucean como quien aquí nada en la piscina. No precisan un equipo especial para zambullirse bajo el artico. Solo los más blandengues se sumergen con uno y, cuando les molesta, se lo quitan para quedarse en calzoncillos o bañador, según el gusto, la higiene y la comodidad del buceador. Eso tenemos en común, que en ambos existen los gayumbos y otras prendas que podrían disimular la presencia de los de un lado en el otro.
Lo que digo tiene su base y lo corroboran varios de aquí que estuvieron allí. Uno era proyector en el cine donde se quedó dormido, y allá apareció. Otro era un chaval cuyo criterio se nubló por su desmedida admiración hacia una estrella cinematográfica de allí. El chico no vio las numerosas carencias actorales de su ídolo; despiste común a los fanáticos de las estrellas. Buster y Austin comprobaron que en aquel universo no existe tiempo de ocio, por lo que no pudieron vaguear ni reflexionar. Es posible que tampoco comiesen y ya no digamos que les dejasen dormir. Y ya lo de echar una siesta, ni hablamos. Allí nadie lo hace, ni siquiera James Bond, el agente que inspira a Ethan, aunque no le contagia su elegancia ni su flema inglesa. Pero sea yanqui o gentleman, cualquiera del otro lado se repone a base de golpes. Me recuerda la costumbre típica que aquí tenemos de golpear los trastos que no funcionan. Les damos con saña, hasta que vuelven a funcionar. Así funciona una de las terapia curativas más populares en el mundo de Hunt, a quien últimamente se le confiere el rol de padre de familia, de protector de su grupo de agentes en la sombra. Aunque no siempre con éxito, cuida de los suyos por encima de cualquier circunstancia, salvo que una vez más tenga que salvar su mundo, pues ese es el trabajo que mejor hace y, entonces, incluso puede hacerse pasar por Jack Reacher… ¡Ojo! ¡No os fiéis! ¡Qué Cruise puede ser cualquiera! Lo que quizá no cambie en ninguno de los dos universos es aquello que comentaba Orson Welles de <<que una estrella sepa actuar carece de importancia. Porque una estrella de cine es otra cosa, un animal de otra especie, y rompe todas las reglas>>. Y eso es lo que es Tom Cruise, una estrella y, por tanto, rompe todas las reglas y resulta indiferente que sepa o no actuar, pues <<posee algo indefinible e indeleble: el estrellato, una cualidad que se tiene>>. Y continuando con las palabras de Welles: <<en realidad, no los podemos juzgar como actores. Son criaturas de las que nos enamoramos en su momento. Tiene que ver con nuestra idea de ser un héroe. Es completamente imposible mantener una discusión crítica seria acerca de nuestro entusiasmo por las estrellas de cine>>. Esa es una misión imposible que quizá resuelva, si es que decido aceptarla. Pero no la quiero, pues las únicas estrellas que me ilusionan son las que iluminan sin que estén donde insinúan estar. ¡Eso sí que es un la ilusión brillante! Luego también está aquella estrella que acompaña a la esponja, pero esa historia pertenece a otro universo paralelo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario