Advertía Miguel de Unamuno en el prólogo de la segunda edición de Contra esto y aquello, publicado por primera vez en 1912, que <<los artículos que componen esta colección no son propiamente ensayos críticos, ni pretende su autor que lo sean. Tan solo son notas de lector>>. Ciertamente, Unamuno no podría ser crítico literario profesional, ni filósofo, ni científico, ni religioso, ni tantas cosas más. No por falta de conocimientos o habilidades, ni por ausencia de capacidad crítica o filosófica, que las poseía en grandes cantidades y de calidad, tal como puede leerse en las páginas de cualquiera de sus obras, entre las que se incluye este conjunto de veintitrés textos relacionados con la literatura, pero que abarcan más que literatura. Por las notas del autor recopiladas en Contra esto y aquello, titulo que podría llevar a engaño, puesto que existen en las páginas momentos de estar a favor de algo y de alguien, van asomando algunos de sus gustos, así como rasgos de su personalidad inconformista, inquieta, siempre en búsqueda de enriquecer su pensamiento. Por ello, realiza las críticas a sus lecturas. Unamuno no lee por criticar, ni por presumir que lee, ni por generar polémica que llame la atención sobre su figura, ni por otras modas de la actualidad. No lo precisa, de hecho, tampoco le interesaría seguir ninguna moda. Le entendiendo perfectamente, no por empatía, sino por comprensión, simpatía y elección vital; igual que lo comprendo cuando habla de Flaubert y de la soledad que el autor de Madame Bovary busca y precisa para escapar de la tontería; la misma de la que precisa alejarse el creador de Niebla. <<Me ocurre lo que a Flaubert: no puedo resistir la tontería humana, por muy envuelta en bondad que aparezca>>…
<<Muy envuelta>>, porque Unamuno comprende que la bondad, la auténtica, no acompaña a la auténtica tontería, que es mezquina y dará como fruto mezquindad, vulgaridad, mediocridad, rutina mentales, polemistas que buscan apedrear cuanto no les cuadre en sus mentes obtusas, intolerantes, incapacitadas para aceptar ideas que no sean las suyas simplistas, entre otros frutos atribuibles a la pereza mental y a la tontería humana que tanto duelen al pensador de El sentimiento trágico de la vida, un pensador fuera de tiempo, aunque no pueda escapar de él y choque con él, que se decanta por el amor del saber, la inventiva, la imaginación, lo artístico, lo quijotesco, lo bello…. Por eso prefiere a Dante, Cervantes, Rousseau, Flaubert, que a Nietzsche, a Zola o a Voltaire, en quienes el miedo, el realismo y la razón, respectivamente, son principales, cuando miedo, razón y realismo resultan aspectos variables o, en todo caso, que se nos escapan y deparan almas encadenadas, conservadoras, aunque en apariencia, presuman lo contrario… <<pero todavía puede uno simpatizar con el alma de Nietzsche, aun abominando de sus enseñanzas y cobrar cariño y admiración —hijos de piedad uno y otra— a aquel espíritu de torturas que vivió en lucha perpetua con la Esfinge, hasta que la mirada de esta le derritió el sentido arrebatándole la razón. Pero con quienes es muy difícil simpatizar es con los nietzschianos, sobre todo con los nacidos y criados en nuestros países católicos, donde la ignorancia en materias religiosas es la ley general>>.
Entrecomillado de Miguel de Unamuno: Contra esto y aquello. Colección Austral, Editorial Espasa-Calpe, Madrid, 1957.

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