lunes, 13 de octubre de 2025

John Hersey e Hiroshima

La historia no es la realidad, solo una manera de contarla desde la imposibilidad de abarcarla en su totalidad y en su complejidad. Pero es lo único que tenemos para conocerla o, al menos, para hacernos una idea más o menos aproximada de qué ocurrió, porqué, de quiénes fueron sus protagonistas principales y cuáles fueron las consecuencias de los hechos puntuales y de otras cuestiones que a menudo escapan al conocimiento general. Dicho de otro modo: Lo más, resulta desconocido, aunque no por ello ha dejado de suceder y de tener su importancia. Por otra parte, en los primeros niveles académicos (y en la cotidianidad, cuando se habla de ella), la historia se muestra como si los hechos que se producen surgieran aislados los unos de otros, lo que vendría a sugerir que la humanidad se desarrolla en compartimentos estancos, ya edades, periodos o épocas. Se hace para facilitar; para dar masticado, lo cual, si no eres cría no deja de ser un asco porque busca atrofiar tu propio masticar; para crear la anécdota, tan de moda entre los consumidores de la historia como fuente de entretenimiento, de historias, historietas, de cotilleos; para especular e incluso para sesgarla, obedeciendo a la política del instante. Pero se trata de una idea incorrecta, igual que pueda ser incorrecto un estudio de la historia cerrado, que rompa los vasos comunicantes entre el antes, el durante y el después, puesto que existe una comunicación continua entre los tiempos que se suceden en incontables ramificaciones y relaciones históricas que deparan los momentos que se nos exponen puntuales: en fechas, personajes históricos y hechos que parecen ser los únicos sucesos importantes u ocurridos. Resulta innegable que sería imposible abarcarlos todos, así que la historia tiene una magnífica excusa y justificación para hacerse solo eco de aquello que más impacto ha producido en la humanidad, o que se le ha atribuido. De esta manera, se puede ver como una antología de nuestro devenir, de nuestra evolución social, cultural, artística, religiosa, política, belicista desde que asoma la escritura hasta la actualidad —podríamos ampliar su radio a la prehistoria, pero aquí las fuentes se reducen, al carecer de testimonios y de cualquier otro escrito que facilitase su estudio y lo alejase del “pudo ser”—. Así, encontramos fechas que han pasado a llamarse históricas: la caída de Constantinopla, la llegada de Colón a América, de Armstrong a la Luna o aquel 6 de agosto de 1945 en el que la historia recoge el primer lanzamiento de una bomba atómica sobre una ciudad: Hiroshima. Esas fechas puntualizan el hecho, pero también insinúan el contexto que, en el caso de la ciudad japonesa, se amplía a la guerra mundial, apunta la decisión de Truman, la que justifica con la necesidad de apurar el fin de la guerra para salvar vidas estadounidenses, recuerda el Enola Gay, el bombardero desde el que se arroja un artefacto del que quizá nadie supiese o quisiera reconocer sus consecuencias a medio y largo plazo, o habla del emperador Hirohito y su primer discurso radiofónico —en el que anunció la rendición—,… Mas la mayoría de cuestiones y personas existentes en aquella ciudad arrasada le pasa de largo porque son considerados corrientes y, por tanto, anónimos que no tienen cabida en la historia general. Habría que buscar en lo que la historia ha dado a conocer como de interés humano y de memoria histórica. Ambas asoman en la obra de John Hersey Hiroshima, que inicialmente había sido desarrollada como el reportaje periodístico que su editor en el New Yorker le había propuesto…


Habían pasado casi cuatro décadas desde que John Hersey se trasladó a Hiroshima con la intención de entrevistar a varios supervivientes del 6 de agosto de 1945. Su presencia en la ciudad buscaba conocer de primera mano el testimonio de los afectados para realizar un reportaje que se centrase en el aspecto humano de los hechos, en el de sus impresiones y las consecuencias, aunque estas todavía eran imprevisibles en aquel momento (o prácticamente desconocidas). Hersey publicaría su reportaje y su éxito sería tal que poco después se editaría en formato de libro. Pero faltaba algo, al menos para él, pues quedaba incompleto el retrato de los seis personajes, cuatro hombres y dos mujeres, en quienes había centrado su atención: Hatsuyo Nakamura, madre de un niño y dos niñas, el joven cirujano Sasaki, que tuvo que atender en unas condiciones más que precarias a centenares de afectados por la bomba, el padre jesuita Kleinsorge, Toshiko Sasaki, la joven atrapada entre libros y que más adelantar se convertiría al catolicismo e ingresaría en una orden religiosa, el doctor Fujii y Kiyoshi Tanimoto. Entre los miles de afectados posibles, Hersey les dio a estos seis  personales el protagonismo de su famoso texto, sacándoles de ese modo del anonimato e incluyéndolos en la historia. De tal manera cobraron importancia más allá de sus vidas. Eran de interés humano y, particularmente, eran de interés para el autor del reportaje, cuya curiosidad por saber qué fue de aquellos hombres y mujeres le llevó de nuevo a Japón. Esos cuarenta años de diferencia entre su primer encuentro y su posterior búsqueda de sus protagonistas aclaró bastantes puntos sobre el cómo pudo afectar las bombas atómicas a los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki, que fue la segunda población en sufrir un ataque atómico, tres días después del impacto de Little Boy sobre Hiroshima. Por mucho diminutivo cariñoso que le pusieran, la bomba no dejaba de ser un artefacto de destrucción masiva. Su núcleo era de uranio, el de Fat Man, de plutonio. La era atómica se presentaba destructiva, pero también imprecisa en sus consecuencias, aparte de que nadie en las ciudades sabía a ciencia cierta qué artefacto había podido ser el causante de aquella explosión tan distinta a las producidas por las más de mil quinientas toneladas de bombas incendiarias arrojadas sobre Tokio en marzo de 1945. La historia vivió su enésimo antes y después, pero, aparte de nuevas formas, continuaba siendo la misma historia humana de siempre, aquella que, en ocasiones como esta de Hiroshima y Nagasaki, puede parecer inhumana…

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